
“…Empecé con terapia individual pero me pareció que aparte, estaría bueno hacer algo más. Y bueno, acá estoy…” Lo que Pablo acababa de comentar en su primera reunión del “taller de la timidez” tenía sólidos fundamentos, si bien no era toda la verdad. Nada había dicho, por ejemplo, del bullying que sufrió durante gran aparte de la escuela secundaria. Tampoco se lo había dicho a María Luz, la joven terapeuta con la que había consultado unos años atrás. Mucho menos, a aquellos profesionales (una psicóloga y un psiquiatra) a los cuales visitó de manera más esporádica apenas se produjo su ruptura sentimental. Por alguna razón, Pablo se negaba a ventilar el daño que le había causado transitar aquella etapa de su vida. En ningún momento estuvo cerca de contarlo. Estas sesiones grupales hubieran sido una excelente oportunidad para sacarse de encima ese secreto que llevaba muy bien guardado. Pero el hecho de pretender ocultarlo, resultaba tan perjudicial que impedía que Pablo diera un paso adelante en su sanación. Sea como fuere, contar públicamente lo que sucedió aquellos años, no estaba en sus planes.
Y así como dejó pasar la chance en el “taller de la timidez”, también lo hizo en otro de sus intentos terapéuticos individuales. Porque tal como lo comunicó en la ronda de presentación, Pablo también había comenzado a visitar a un psicólogo, pocos días antes de arrancar con su participación en las mencionadas sesiones de grupo. En este caso, su terapeuta se llamaba Carlos y atendía en el living de su casa, un confortable departamento ubicado en un primer piso del barrio de Belgrano. Pablo llegó hasta allí a través de su empresa de medicina prepaga. Si bien gracias a esto el desembolso de dinero que debía hacer no era cuantioso, sí le resultó incómodo, al principio, encarar la tarea de asistir a la terapia, con todo lo que ello implica. Sin embargo, y a pesar de que sabía que no revelaría su secreto archivado bajo cuatro llaves, tenía muchas ganas de estar mejor. En todo eso, seguramente, pensó momentos antes de presionar el portero eléctrico de la casa de Carlos.
Muchos años después, escribió:
AHORA, DESPUÉS O NUNCA
Mateo lloró cuando pasó por la juguetería. Su mamá le dijo que nada le compraría esta vez y su llanto fue instantáneo. Había razones valederas para que la respuesta sea negativa. Por ejemplo, el niño debía aprender a tener paciencia; y además, ya había recibido un juguete el día anterior. Él era muy pequeño y no hubiera podido entender las explicaciones de su mamá, que sólo dijo: “Hoy no”. A veces, le pedimos a Dios cosas que no se cumplen. Él sabe todo cuanto sucede y lo que sucederá. Sabe qué nos conviene, y qué no, y si lo que pedimos, nos servirá ahora, después, o nunca. Nuestra comprensión, en cambio, es tanto o más corta que la de Mateo con respecto a su mamá. Confiemos en Dios a pesar de que haya peticiones que no tengan respuesta. Él ama a sus hijos y les dará lo mejor, de acuerdo a su infinita sabiduría.
Un sustento bíblico: Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11.