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El desafío estaba planteado: había que salir adelante. Nada de tirarse en la cama a llorar. Alguna vez sí lo hizo, pero esa no debía convertirse en la regla general. Pablo deseaba emerger del hondo bajón anímico que le produjo el rompimiento sentimental. Sentía la necesidad de olvidarse de aquella noviecita cuyo recuerdo (muy fresco, por cierto) tanto lo estaba atormentando. En el fondo de su corazón, quizás vislumbraba la posibilidad de un feliz reencuentro, y hasta sospechaba que eso que imaginaba podía llegar a cumplirse, pero de ninguna manera quería aferrarse a esa lejana chance. Lo que en cambio sí se propuso, era olvidarla. ¿Y cómo haría? Una cosa era la teoría, y otra bien distinta, era llevar su propósito a la práctica.

La receta que quiso aplicar, sin ser original, tenía indicios de resultar efectiva. Así, proyectó un plan que pasaba por hacer nuevas actividades, por ocupar la mente con la meta de pensar lo menos posible en su ex. No era fácil, porque dada la reciente ruptura, “todo” le traía dolorosos recuerdos, “Vuela un papel por la calle y eso ya me hace acordar a ella”, le confió una vez a un amigo. Fue otro amigo, también estaba al tanto de la situación, quien le sugirió que lo acompañara a nadar al día siguiente de una charla que tuvieron. Esta actividad sería un sábado, muy temprano en la mañana. A Pablo lo desalentaron el dia y el horario; igual aceptó, creyendo que la salida deportiva le haría bien.

Aun con escaso entusiasmo, madrugó ese sábado. Pero algo frustró los planes. Eran aproximadamente las 8 AM cuando llamó por teléfono de línea a la casa de su amigo. Atendió la madre y le confirmó sus sospechas: el hijo dormía y, por lo que comentó la señora, ninguna intención tenía de levantarse para ir a nadar. Minutos después, Pablo también se volvió a acostar, con la idea de que la tarea de olvidar, no estaba libre de complicaciones.

Muchos años después, escribió: “Entender que todos podemos ser héroes”.

En las páginas de la Biblia se pueden encontrar los nombres de miles y miles de personas. En lo personal, una vez que comencé a comprender más su contenido, comprobé que se trataba de individuos como nosotros, con virtudes y defectos, con debilidades y con problemas muy parecidos a los que existen en nuestros días. Incluso grandes personalidades bíblicas cometieron graves fallas ante Dios. Acaso uno de los ejemplos más elocuentes, sea el del apóstol Pedro, quien por miedo ante el peligro de ser capturado por los que ya habían apresado a Yeshúa (Jesús) negó conocerlo. Y no lo negó una vez, sino tres.

Esto representa una motivación para que los lectores de la Biblia, no nos sintamos inferiores a nadie, ni siquiera a los grandes héroes de la fe de las Escrituras. Lo que a ellos los convirtió en héroes no fue precisamente su valentía, porque aunque muchos la tuvieron, también se acobardaron en momentos de dificultad.

En cambio, lo que hizo que se destacaran fue su capacidad para reconocer que estaban yendo por un rumbo equivocado, que Dios era el verdadero camino y que a pesar de sus graves pecados, Él los perdonaría si su arrepentimiento era sincero. El mismo Pedro, después de lo que hizo, lloró con amargura por haberle fallado al Mesías. Pero Él nunca lo reprendió por su cobarde actitud. Por el contrario, lo comprendió, lo perdonó y le dijo que lo amaba. Así como con Pedro, Dios hace esto con cada uno de los que tienen la humildad para actuar de este modo.

 Un sustento bíblico:

El Señor su Dios es compasivo y misericordioso. Si ustedes se vuelven a él, jamás los abandonará. 2 Crónicas 30:9b.

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