Habían pasado cuatro o cinco años desde su egreso de la escuela secundaria. En esta etapa de su vida, por las tardes, Pablo trabajaba en un kiosco de golosinas ubicado junto a un predio que tenía una calesita –su atracción central- y otros juegos infantiles. Como era lógico, una parte importante de la clientela del comercio, estaba conformada por quienes acudían a este espacio recreativo para niños.
Cierto día, una chica de unos veinte años se paró delante del comercio de artículos varios. Llevaba un nene en brazos. “¿Vos sos Pablo?”, le preguntó, sonriendo. Ante la respuesta positiva, procedió a presentarse. Era la hermana menor del Francés. Una vez que la chica mencionó el parentesco que la unía a su ex compañero de colegio, haciendo referencia al nene que estaba a upa, agregó: “Y él es el hijo”. La hermana del Francés y Pablo se conocían de vista. Él no hubiera recordado quién era ella simplemente con cruzársela en la calle, pero estaba visto que sí a la inversa. Unos segundos después del encuentro, tía y sobrino ingresaron al predio de la calesita. Él, entretanto, se quedó en su puesto de trabajo, shoqueado por lo que acababa de suceder. Aquel chico con el que tantos años habían compartido el aula, el mismo que tanto daño le había causado en la adolescencia, ya era papá. A Pablo le habían llegado comentarios de terceros, por lo cual sabía que el Francés y la joven pareja que tenía desde los tiempos de la escuela, habían sido padres a una edad temprana. Pero ver a su hermana y al nene personalmente y en forma tan sorpresiva, lo dejó pensativo por un buen rato.
Muchos años después, escribió: “Por amor y no por miedo”.
Un niño es obediente hasta cierto punto. Muchas veces se rebela contra sus padres, y estos deben enojarse o usar la fuerza para que cumpla. Entonces, todo vuelve rápidamente a su cauce normal. Más adelante, si un hijo no acepta órdenes o consejos, los conflictos suelen ser más graves, pues los elementos utilizados en la infancia para disuadirlos, van perdiendo eficacia en la adolescencia.
En la escuela, los maestros son los que dan las órdenes, pero el alumno, a menudo buscará la forma de transgredirlas para hacer lo que él quiera. Fuera de casa o del ámbito escolar, algo parecido ocurre con los jóvenes y adultos. El ser humano tiende a cuestionar la decisión de una autoridad, a rebelarse… Y cuando la respeta, ¿hasta dónde es por convicción y hasta dónde, porque existe la amenaza de un castigo?
Así como la gente actúa de esta forma ante una autoridad “terrenal”, en general también se subleva ante las indicaciones del Creador. El que vive como si Dios no existiera, directamente ignora Su Palabra. Pero hay creyentes que también tienden a desobedecer, y si no lo hacen, quizás sea porque saben que “Dios al que ama, disciplina” (Hebreos 12.6), es decir, que en determinadas circunstancias el Señor puede apelar a un castigo para corregir a un hijo.
De todos modos, lo que Él desea es que lo obedezcamos por amor y no por miedo o por otra causa. Y esta debe ser nuestra meta, sabiendo que Sus instrucciones, son para nuestro beneficio individual y colectivo. Un padre biológico anhela lo mismo en relación a sus hijos, con la diferencia de que como todo ser humano, se equivoca. En cambio Dios es perfecto, y si nos manda algo, ¿qué duda cabe de que cumplirlo traerá bienestar a nuestras vidas?
Un sustento bíblico:
El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. 1 Juan 2:17.