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Unos dos años después de haber egresado del secundario, Pablo volvió a encontrarse con el Francés. En esta oportunidad, las condiciones del cruce entre ambos fueron completamente inesperadas, considerando que no estaban en ningún sitio ligado a la escuela ni a los estudios terciarios, como sí había ocurrido en el encuentro anterior.

Lo que sucedió fue lo siguiente: una tarde, con uno de los muros del enorme predio del Cementerio de la Chacarita a sus espaldas, Pablo esperaba el colectivo en Avenida del Campo y Paz Soldán, en el porteño barrio de La Paternal. En cierto momento, observó que un taxi se aproximaba al punto en donde se hallaba parado. El vehículo pintado de amarillo y negro aminoró su marcha, al tiempo que su conductor intentaba llamar su atención para que hicieran contacto visual. Décimas de segunos más tarde, Pablo reconocía que el chofer del transporte de pasajeros, era nada más ni nada menos que su ex compañero de colegio.

Muy amablemente, el Francés lo invitó a subir en el asiento del acompañante. Pablo aceptó. Tras el cálido saludo por parte del joven taxista, Pablo intuyó que aquel chico que durante tanto tiempo lo había hostigado, ahora estaba realmente contento por haberlo vuelto a ver. Tanto, que se ofreció a llevarlo hacia lugar al cual Pablo se dirigía, distante a unas 30 cuadras de donde se había producido el singular encuentro. El ofrecimiento fue, una vez más, aceptado. En el trayecto, se contaron brevemente en qué andaban. Pablo supo así que el Francés tomaba este trabajo como una ocupación alternativa, la cual le servía para ganar algún dinero mientras estudiaba una carrera relacionada a Sistemas, o algo por el estilo. Su ex compañero le confió que, lejos de tomar esto como una pesada carga laboral, se divertía mucho manejando por las calles y avenidas de Buenos Aires.

Pocos minutos después, llegaron a destino. El Francés se despidió tan afectuosamente como se había comportado en el saludo inicial. Pablo le retribuyó disimulando la incomodidad que había sentido durante el viaje. Cuando cerró la puerta del auto y comenzó a caminar, se vio invadido por una mezcla de sensaciones: estupor por el sorprendente encuentro, rechazo hacia aquella persona que de manera cruel lo había hecho víctima del bullying, y hasta una pequeña dosis de alegría por haberlo visto nuevamente, pero con una actitud más amigable. ¿Cómo podía ser que después de lo mal que había obrado ahora actuara como si nada hubiera sucedido?

Muchos años después, escribió: “Otro tipo de influencias”.

La situación es ficticia aunque podría real. Gonzalo tiene 14 años. Llega a su casa luego de pasar muchas horas en la escuela. Su madre le hace una pregunta y Gonzalo le contesta con una frase y un tono inapropiados. La mamá, sorprendida y dolida, no dice nada, pero piensa: “Si él no suele hablar de esta manera, ¿por qué lo hizo?”. 

El hecho de estar un tiempo largo en distintos lugares, hace que la gente vaya mimentizándose con las costumbres de esos ambientes. Cuando los estudiantes de un colegio no tienen un buen trato entre sí ni con sus docentes, si en vez de predominar la amabilidad prevalecen el fastidio, el malhumor, la falta de respeto y los gritos, es posible que hasta los chicos que “no suelen hablar de esta manera”, como razonaba la madre de Gonzalo, vayan incorporando estos hábitos y los trasladen a sus hogares o hacia donde vayan.

En el sentido inverso, también es posible llenarse de otro tipo de influencias, utilizando modelos más positivos. En las Escrituras, por ejemplo, el patrón de paz y justicia dejado por Yeshúa (Jesús) contrasta notablemente con el preocupante estado de esta sociedad. A sus discípulos, Yeshúa les pide que lo imiten, que elijan su modo de obrar. Y el modo más efectivo para ponerlo en práctica es conociéndolo más a fondo. Es decir, pasando tiempo con Él. ¿Cómo? Comprobando a través de la Palabra, cómo piensa y cómo actúa, pues aquí se describen los aspectos de la extraordinaria personalidad que lo caracterizan. Estas, Sus cualidades, el Señor también anhela que las adquieran los hijos a los que ama.

Un sustento bíblico:

Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca. Filipenses 4:5.

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