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Al margen de un par de casos puntuales, Pablo no volvió a ver al Francés. Hubiera querido no cruzárselo nunca más, pero dos veces, no consiguió evitar la coincidencia. Unos meses después de haber egresado de la escuela secundaria, se dio el primero de los encuentros. Pablo cursaba el Ciclo Básico Común en una sede educativa a la que también asistía su ex compañero. No estaban haciendo la misma carrera, pero entre miles y miles de estudiantes, podía suceder que hubiese un contacto inesperado. Conciente de esto, bajo ningún punto de vista deseaba tener otra vez frente a frente a quien, durante años, tanto lo había hecho sufrir. Resultaba poco probable un cruce entre ellos, en un ámbito inmenso, que albergaba una numerosísima cantidad de personas. Así y todo, Pablo temía el encuentro. No sin una cuota de nerviosismo, llegaba al establecimiento. La misma tensión también lo acompañaba al irse… En el interior de la sede, había enormes aulas, largos pasillos y anchas escaleras. Fue precisamente en una de ellas, donde una mañana ocurrió el cruce. Pablo bajaba, rumbo a la salida. El Francés subía. Y se produjo el mano a mano, que el Francés pareció disfrutar. Amigablemente le preguntó por sus cosas. Su tono era cordial, aunque a Pablo le dio la sensación de que persistía en su interlocutor una actitud sobradora que el paso de lo meses no había modificado. Durante la charla, sintió otra vez el trato altanero y soberbio, muy característico en la relación que habían mantenido en el colegio. Pablo disimuló con una forzada sonrisa el malestar que experimentó en lo que duró la consersación. Habrá pasado tal vez un minuto, y se despidieron. Cada uno siguió su camino. Si volverían a verse, en ese momento, era una incógnita. Pero sí, habría otro encuentro.

Muchos años después, Pablo escribió: “No frustrarse ante las críticas”.

Considerando la cantidad de instrucciones dadas por nuestro Creador, comparadas a las supuestas libertades de las que goza la actual sociedad, fácil es mirar despectivamente al creyente. Natural es burlarse, sorprenderse o indignarse, afirmando sarcásticamente que para el hombre de fe “todo es pecado, todo está prohibido”.

Sin embargo, desde una perspectiva diferente, es posible responder a estas críticas mostrando una simple evidencia: las terribles dificultades que sufre un mundo que, en su mayoría, prefiere darle la espalda a Dios, lo que equivale a hacer caso omiso a sus instrucciones de vida. Con tal sólo encender la televisión queda al descubierto la desobediencia del ser humano y los problemas en los que cae por no tener en cuenta ciertos mandatos. ¿Algunos ejemplos? Tragedias provocadas por manejar alcoholizado; crímenes motivados por celos; familias deshechas por culpa de infidelidades; fuerte desigualdad social, causada codicia y egoísmo; violencia generada por falta de amor al prójimo; mentira y engaño, enquistada a toda hora…  Dios nos entregó un conjunto de leyes (la Torá) para nuestro beneficio. ¿La humanidad lo ha respetado? No. Los resultados están a la vista. Asimismo, el hecho de que muchos creyentes sí se esfuercen para cumplir estos mandatos, implica que sean blanco de burlas o acusaciones de fanatismo.

Debido a nuestra rebeldía, no resulta sencillo respetar estas normas de amor y convivencia. Pero lo realmente triste es que por lo general, ni siquiera se las tiene en cuenta. Si el hombre al menos aceptara su incapacidad para cumplir con las normas perfectas del Eterno, si se arrepintiera del rumbo tomado, si con humildad se volviera a Dios y le pidiera perdón por su soberbia, se encontraría con la buena noticia de que el perdón está al alcance de todos. No porque lo merezcamos, sino porque con Su muerte, Yeshúa (Jesús), hace más de dos mil años pagó el precio para evitar el castigo que sí merecíamos. De no ser por ese hecho clave en la historia de la humanidad, nuestra maldad nos hubiera alejado de Dios eternamente.

Un sustento bíblico:

Porque donde hay envidias y rivalidades, también hay confusión y toda clase de acciones malvadas. Santiago 3:16.

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