Observar todo lo que “dice” un dedo. Este es el título que Pablo le puso a uno de sus escritos. Lo había meditado cuidadosamente. Recién una vez que terminó de redactar las líneas que conformaban el cuerpo del mensaje, se abocó al título. Generalmente, así procedía con cada uno de ellos. Más adelante, pensó en cuánto tiempo hacía que emprendido la tarea de trasladar a un texto formal sus ideas y opiniones. Se dio cuenta, que cerca de un semestre había transcurrido. En este lapso, no tuvo contacto con Cristian, su último terapeuta, el mismo que lo alentó a hacer lo que estaba haciendo. ¿Tendría alguna vez la oportunidad de mostrarle algo de todo esto?
Una pequeña lastimadura en una mano, me condujo a mirar con atención el lugar de la herida y, de inmediato, a pensar en algo que a menudo pasa inadvertido: la perfección de nuestras huellas digitales. No es ninguna novedad que entre los miles de millones de habitantes del planeta, no existen dos modelos iguales de huella. El hombre es conciente de ello, a tal punto, que ha implementado un sistema para identificar personas a través de lo que “dicen” sus dedos.
En lo personal, me resulta increíble que teniendo esto absolutamente a la vista en lo cotidiano, tanta gente no pueda o no quiera ver que tamaña perfección en el diseño, sólo se corresponde a la existencia de un gran diseñador.
Frente a algo tan inmejorable como las huellas digitales y demás maravillas que nos rodean, no son pocos los que prefieren depositar su fe (“la convicción de lo que no se ve”) en la teoría que indica que el ser humano y su extraordinario entorno, surgieron por azar, a raíz de una súper-explosión y el posterior transcurso de una descomunal cantidad de tiempo.
Por mi parte, también elijo creer por fe, con la diferencia que esta fe descansa en la presencia de un Creador, quien sabiamente, nos dotó de una marca tan sencilla y a la vez tan contundente, como esas líneas de los dedos que a cada uno, nos hacen absolutamente únicos.
Un sustento bíblico:
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. (Hebreos 11: 1).