Cuando al día siguiente de la reunión de padres, Pablo y Damián se reencontraron en el colegio, estuvieron de acuerdo de inmediato: por recomendación de la docente-tutora, tenían que dejar de sentarse juntos. Como en el aula había espacio de sobra, separaron sus respectivas mesas y sillas y se ubicaron en el fondo del recinto, pero a varios metros de distancia uno del otro. Ante la sorpresa que la separación generó en otros alumnos, ellos explicaron lo sucedido en la reunión de padres. “Como durante la clase hablábamos mucho y nos estaba yendo mal en el estudio, lo mejor era que cada uno siguiera por su lado”. Palabras más, palabras menos, este era el argumento que esgrimieron.
Pablo estaba realmente preocupado porque estas circunstancias podían hacer que el bullying que sufría se disparara con más fuerza todavía. La reacción del “Francés” –desde este año, el único que lo hostigaba- era impredecible; al encontrarlo sin la protección de Damián, no hubiera sido para nada extraño que las cosas empeoraran… Sin embargo, ahora el asombrado era Pablo… Es que el Francés lo dejó mucho más tranquilo de lo que él esperaba. La tremenda sensación de desamparo que lo invadió en primera instancia, cambió por un estado de alivio que lo reconfortó, cuando comprobó que su molesto compañero, ya no lo asediaba con la intensidad de antes. Pese a que no ocurrió ningún hecho específico que modificara la situación, el bullying mermó de manera notoria. Y una vez que, con el transcurso de los días, este cuadro de situación se consolidó, Pablo consiguió disfrutar de una tranquilidad que hacía mucho tiempo no tenía. Después de tanto padecimiento, le parecía mentira poder moverse libremente por el aula y por los pasillos del establecimiento, sin esconderse ni estar pendiente de la “custodia” de Damián. Sí, para Pablo, esta nueva etapa era como estar viviendo en un cuento de hadas…
Muchos años después, escribió: “Creer y seguir”.
“¿Crees en Dios?”. Si hiciéramos esta encuesta entre familiares y amigos, muy probablemente, encontraríamos a unos cuantos decir que sí. De este conjunto que responde afirmativamente, sin embargo, es posible que más allá de creer, sea mucho menor la cantidad de los que hacen lo que el Señor quiere que hagamos.
Hay gente que no niega su condición de creyente, pero que no se comporta como tal a la hora de poner en práctica las enseñanzas entregadas a través de las Escrituras. Nuestro Creador hizo hincapié en que al margen de que creamos en Él, lo que anhela es que lo sigamos. Esto significa que cumplamos lo que nos ha indicado (o al menos que lo intentemos), porque si nos dio una serie de instrucciones es para beneficio nuestro y de quienes nos rodean. Si afirmamos “sí, creo”, pero después, por diversas razones, descuidamos o nos olvidamos de hacer lo que Dios manda, esto equivale a rechazarlo. Y el que lo rechaza, como dice la Palabra, no sabrá lo que es la vida eterna (Juan 3:36).
No es fácil seguir al Señor. Un mundo que lo ignora y nuestra propia rebeldía nos impulsan a ir en el sentido contrario. Pero Él valorará el hecho de que lo intentemos, aunque muchas veces no nos salga bien. Si fallamos tenemos la hermosa posibilidad de, orando, confiarle lo que nos pasa, y la seguridad de que nos perdonará y nos ayudará a resolver lo que tanto nos cuesta.
Un sustento bíblico:
No se contenten sólo con escuchar la Palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica. Santiago 1:22.