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Un inmenso alivio experimentó Pablo cuando al fin, terminaron las clases. Aquel segundo año de la secundaria había sido tremendamente difícil. Él siempre fue un buen alumno, pero en esta ocasión, no logró aprobar tres materias. El año anterior, las había rendido todas con normalidad. En la primaria, incluso, estuvo entre los más destacados. En sexto y séptimo fue escolta de la bandera. Entonces, ¿qué cambió? Pablo, en parte, le adjudicó al bullying este bajo rendimiento en los estudios. Esa tensión que vivía en el colegio lo complicó a tal punto, que por momentos la angustia lo desenfocó de las obligaciones escolares. No obstante, con esfuerzo logró aprobar esas materias en diciembre y le quedaron prácticamente libres los meses veraniegos.

Pablo, procuró disfrutar de sus vacaciones y desenchufarse de los problemas que había padecido. Claro que mientras los días y las semanas transcurrían, también crecía su preocupación: en algún momento, se reiniciaría el ciclo lectivo…. Y ese día, ¿qué sucedería? Pablo hubiera querido que el tiempo se detuviera, y ante ese deseo imposible fueron pasando diciembre, enero, febrero… Cuando llegó marzo su angustia estaba nuevamente por las nubes. ¿Cómo sería el reencuentro con los chicos que lo hostigaban? ¿Seguirían igual de agresivos? ¿Cómo podría atravesar otro año en esas condiciones? Las preguntas sin respuesta lo atormentaban y la pesadilla abandonaba su adormecimiento veraniego para volver a comenzar.

Muchos años después, escribió: “La caída del avión”.

Una mujer contaba esta experiencia que vivió con un compañero de trabajo: “Él era una persona que decía no creer en nada, que presumía de su condición de ateo. Pero un día tuvo un problema grave, le pidió ayuda a Dios y empezó a creer”. Lo sucedido con este hombre es más común de lo que parece. Por algo, existe esta conocida frase: “Todos somos ateos hasta que se cae el avión”. En momentos de desesperación, hay gente que deja de lado su orgullo, su indiferencia, o su enojo para con nuestro Creador, y se acerca a Él. Esto demuestra que el Señor nos ha dado a todos nuestra cuota de fe. El problema es que muchas veces nos negamos o nos cuesta usarla, lo cual no deja de ser razonable, porque si día a día interactuamos con un mundo que por lo general ignora a Dios, es muy probable que nos mimeticemos con ese sistema. Pero si bien no deja de ser coherente, la excusa de ningún modo es válida desde la perspectiva divina.

Por eso, si andamos en Sus caminos, no nos desviemos, por más que el mundo vaya en sentido contrario. Y si nos hemos alejado, no esperemos a tener graves dificultades para volver y buscar a nuestro Señor. En todo momento, ahora mismo,  Él está disponible para recibirnos y bendecirnos, no solamente si tenemos un problema grave o “cuando se cae el avión”.

Un sustento bíblico:

Así dice la Escritura: «Todo el que confíe en él no será jamás defraudado». Romanos 10:11.

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