Todo cambió casi en un abrir y cerrar de ojos. Las costumbres de los argentinos se vieron alteradas de repente. La cuarentena obligatoria se instaló, sin la certeza de cuándo terminará. Tenemos que cuidarnos, dijo el presidente; hay que extremar los recaudos para evitar el contagio, dicen los especialistas. Ellos son los que saben del tema. Y no queda otra que obedecer, por más que cueste tanto. A algunos les cuesta más que a otros. Por tanto aislamiento social y, lo más grave, porque el golpe a los bolsillos puede llegar a ser –ya lo es- muy duro. El miedo y la incertidumbre, se han transformado en elementos con los que muchísima gente se ha visto obligada a convivir, a la par del bombardeo de noticias que se disparan desde las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales.
Pero por lo pronto, se está haciendo buena letra, al compás de las fuertes modificaciones en las que se ven inmersas las rutinas de los porteños, de los argentinos en general y, también, de los habitantes de decenas de países del globo terráqueo.
Al margen de los temores, de las inseguridades, ¿qué es lo que cambió para los que hoy vivimos en cuarentena? Es que son tantas las cosas… Desde el mismo instante en que ya no hace falta poner el despertador para levantarse, de ahí en más, el día entero es diferente. No es necesario madrugar, pero tampoco hay demasiado qué hacer en casa. El que está ansioso por salir a la calle, si tiene un perro hallará una linda y justificada vía de escape. También se puede ir a hacer las comprar. Quizás el trámite demore más que lo habitual, como consecuencia de las largas filas que suelen tener los negocios que venden productos alimenticios. Y luego, el regreso al hogar. A prender la tele, a sintonizar la radio, a ver internet. Están los que, a lo mejor por inercia, no pueden evitar el hecho de querer enterarse de las últimas novedades al instante. Otros, son todo lo contrario. Para no “hacerse la cabeza”, huyen de las noticias, y ven series, películas, documentales viejos partidos de fútbol, deportes en general… Y hasta habrá gente, todavía, que lea libros en papel…
En estos días donde la paranoia es un ingrediente que ataca de frente y por la espalda, el aseo se presenta como un factor indispensable, aunque además puede convertirse en una obsesión difícil de manejar. Lavarse las manos, limpiar la casa… Lo que antes se hacía con menor frecuencia, y como un acto totalmente rutinario, ahora no puede esperar: cuanta más limpieza, menos peligro. Y si persiguiendo la limpieza extrema uno se pasa rosca, mala suerte, mejor que sobre y no que falte. En pos de ese objetivo, el consumo se incrementa, los productos se acaban y se debe reponer con más asiduidad. Habrá, entonces, que estar atento a los precios y a lidiar con el propio malhumor, si el comerciante del barrio subió, por ejemplo, un artículo tan codiciado –si es que le quedó stock- como el alcohol en gel. Algo similar sucede con el papel higiénico, la carne, las verduras…y la lista podría continuar. Claro, todo esto puede parecer insignificante, comparado con problemas aún más serios: haber perdido un trabajo o padecer una enfermedad, como tal vez el mismísimo Coronavirus.
Sin entrar en la información que manejan los especialistas, hay tantos aspectos para comentar de esta cuarentena: la convivencia, la soledad, la alimentación, el movimiento físico, las tareas escolares, el aburrimiento, las cadenas de whatsapp, la información verdadera, la falsa… Se podría escribir un libro con tanto material.
Pero sin dudas, el deseo generalizado de que todo vuelva a la normalidad es lo que hoy le quita el sueño a una gran mayoría. Una “normalidad” que ahora anhelamos, pero que tampoco era tan normal, considerando las complicadas circunstancias que cotidianamente tiene atravesar el argentino medio. Cuando todo esto termine, volveremos a ellas y quién sabe, si al menos un poquito, alguien no extrañará esta cuarentena.