La Avenida Acoyte desparrama rugidos a granel desde el 200 de su numeración. A medida que los pasos para llegar a Rivadavia se acortan, la contaminación sonora amenaza con propagarse todavía más. Sin embargo, en el pasaje Nicolás Vila, nacido a unos 150 metros de esa abarrotada intersección, la tranquilidad se contrapone notablemente a la mencionada escena.
El pasaje, paralelo a línea Sarmiento del Ferrocarril (de la cual pocos metros lo separan) nace en Acoyte y desemboca en Hidalgo, calle que presenta un paso vehicular y peatonal por sobre las vías del tren. Nicolás Vila es mano en dirección hacia Acoyte. Sobre la izquierda, no hay propiedad alguna. Allí, un enrejado actúa como divisor entre la vereda y los terrenos ferroviarios, que se pueden apreciar panorámicamente desde la perspectiva más elevada que propone este rincón de Buenos Aires.
Sobre la derecha, un grupo de imponentes torres se concentra en el breve recorrido del pasaje, como si a la ausencia de viviendas de la vereda contraria, se la quisiera compensar con el amontonamiento de vecinos que se muestra desde estos modernos exponentes de la urbanidad.
Las torres comparten su espacio con unos pocos comercios, como ser una pizzería y una cerrajería. Cerca de la mitad de la de cuadra, un cartel amarillo y negro, indica que los automovilistas deben circular con precaución por la presencia de una escuela, aunque no se observan en el lugar establecimientos educativos.
En horas de la tarde, es absolutamente infrecuente que la marcha de un vehículo desafíe la quietud del pasaje. Tampoco, y a pesar del nutrido vecindario que presuponen tamaños edificios, se ve tanta gente de a pie. En cambio, gran cantidad de autos estacionados sobre ambas manos, casi no dejan resquicio libre. Una muestra fiel de que ni siquiera una calle apacible como ésta, ha podido eludir el imperio de las cuatro ruedas y la superpoblación de integrantes que éste genera.
En cuanto al motivo del nombre, Nicolás Vila era el dueño de la reconocida pulpería que funcionó en el siglo XIX, ubicada en Emilio Mitre y la Avenida Rivadavia. Desde misma se exhibía, en lo alto, una veleta con forma de caballito, circunstancia que terminó por otorgarle al barrio su denominación.