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Desapareció hace cerca de un siglo. Pero el gran Alumni sigue vivo. Al menos, el colegio que supo ser la cuna de su nacimiento, fundado en 1884, continúa de pie. Y por lo visto, funciona eficazmente, como uno de los más reconocidos establecimientos educativos de Belgrano.
Nos habíamos quedado con las ganas de ingresar en la primera oportunidad. Las dudas nos asaltaban ¿Qué quedará del legendario team, cien años después? ¿Sabrán allí adentro, la importancia que el Buenos Aires English High Scholl tiene para el fútbol argentino? ¿Entenderán los maestros, el significado que posee el suelo en el cual están parados? ¿Los padres de los alumnos serán concientes de dónde han enviado a sus hijos?

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SERÁ LA PRÓXIMA…
El empleado de la portería nos había frenado aquella vez: era necesario acordar una cita para ingresar. Por lo tanto, los interrogantes se esfumaron en la puerta de la calle Melián, aunque desde luego, siguieron repiqueteando cuando días después tomamos el teléfono y tratamos de concretar la entrevista.
El trámite no fue instantáneo. El tono de ocupado y el hecho de que nadie atendiera, estaban dentro de las posibilidades. Sucedió esto en algunas ocasiones y cuando finalmente logramos el objetivo, una secretaria muy amable dio a entender que quien se encargaba del tema era la mismísima directora, de nombre Estela. Pero que lamentablemente, el hecho de estar encima de las vacaciones de invierno dificultaba la tarea. En efecto, era ya el último viernes del ciclo lectivo y en las dos semanas siguientes, ya nadie respondió los llamados.
Apenas se reiniciaron las clases probamos nuevamente. Esta vez sí hubo suerte: tras pocos intentos más, conseguimos hablar con la directora y concertamos la visita: el próximo martes a las 10 de la mañana.

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MUCHO GUSTO, SEÑORA DIRECTORA
La suntuosidad de la zona nos volvió a impactar aquel martes. La calle Melián y sus alrededores constituían un microclima único en Buenos Aires. Veredas anchas, árboles añosos, riguroso empedrado, grandes mansiones, alguna que otra embajada, mucha seguridad… Y allí, entre la frondosa arboleda, asomaba el BAEHS. Ansiosos por ingesar, encaramos al hombre de la portería, con la tranquilidad de que esta vez, nada podría impedir que penetremos en el mítico colegio.
Pero la cara de extrañeza del empleado denotó que algo no andaba bien. Tras unos minutos de incertidumbre, quedó claro que Estela no estaba adentro. A través de la secretaría, trataron de ubicarla por los internos y vía celular. Nula respuesta. Y si la directora no estaba, no había visita.
Omar -así se llamaba- hizo el esfuerzo de ofrecer alguna solución, pero al cabo de unos minutos, era evidente que lo más atinado era dar media vuelta y comenzar todo otra vez. Previamente a la despedida, Omar afirmó que en cuanto tuviera alguna novedad, la gente del colegio se comunicaría. “Si todavía están cerca, quizás hoy mismo pueden venir…”, deslizó.
Dicho y hecho. Varias cuadras nos separaban de Melián 1880, cuando sonó el celular. Era Omar. “La señora Estela tuvo un imprevisto pero ya regresó -dijo-.  Les pide disculpas y si desean venir, ella ya está disponible”.
La alegría por escuchar esa noticia fulminó cualquier vestigio de malhumor, y en el mediodía de la misma jornada, estábamos nuevamente en el BAEHS. Al atravesar el portón de acceso -¡al fin!- ingresamos al hall y casi al instante vino al encuentro Estela de Rueda. Estaba ruborizada porque nos había hecho esperar. Sin que hubiera necesidad, disculpándose una y otra vez, explicó la causa del imponderable; y sin pérdida de tiempo, tomó una llave y nos invitó a un recinto ubicado a la izquierda del acceso principal.
Junto a la puerta del salón al que estábamos a punto de entrar, en una placa de bronce se leía: Museo E. H. S. Alumni. 12 de Noviembre de 2004.

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AHORA SÍ: EN LAS ENTRAÑAS
¿Cómo no maravillarse por lo que se presentaba delante de nuestros ojos? ¿Cómo no quedar embelesados por las cosas que se exhibían en esa habitación de unos veinte metros de largo, por tres de ancho? Pero, asimismo, tanto o más asombro nos provocó un hecho inesperado: la creadora del museo había sido la propia directora. Unos minutos de charla alcanzaron para que quedara al descubierto la increíble pasión que Estela siente por el legendario establecimiento en el que trabaja desde los años Sesenta, cuando ingresó como profesora de inglés. No conoció personalmente -intuímos que le hubiera encantado- a su fundador Alejandro Watson Hutton ni a los hermanos Brown, ni a toda esa generación de soñadores. Pero su afán por investigar e ir recolectando dato por dato a través de las décadas, amerita una admiración profunda, así como el empeño que tuvo al armar el museo cuando al parecer, a nadie ya se le cruzaba por la mente poner manos a la obra en una tarea sólo apta para un verdadero apasionado en el tema. “A mí me iban regalando cosas y yo las juntaba, hasta que pensé: con todo esto hay que hacer algo”, comentó.

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Estela guardó cuidadosamente cada foto, cada carta, cada nota periodística que le obsequiaron. Pero aparte, investigó por su cuenta detalles de la vida de Watson Hutton (ella, como todos allí, lo pronuncia Jaton) y su familia, incluive, en su Escocia natal, cruzándose correos electrónicos con habitantes de dicho país para reconstruir en forma minuciosa los pasos del padre del fútbol argentino, aún antes de su llegada a la Argentina.
No sólo se ocupó de Don Alejandro: para recopilar información sobre la historia del colegio también utilizó gran parte de su tiempo libre. Por ejemplo, con las entrevistas que tuvo con ex alumnos, algunos ya ancianos,  y residentes en sitio alejados de la Capital.
La visita duró casi dos horas, en parte, por el entusiasmo de la señora, que cumpliendo la función de una fantástica guía, ponía gran empeño en explicar el origen de fotos,  trofeos, objetos y recortes. A lo mejor nos hubiera bastado la mitad del tiempo para recorrer, tomar imágenes y preguntar lo básico. Pero la directora, reconociendo que cuando se refiere a la historia del BAEHS se va “mucho por las ramas”, logra transformar esa debilidad en una virtud que, sin dudas, sus visitantes saben apreciar.

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Como corolario, tuvo la gentileza de entregarnos cosas que tampoco esperábamos: un cd de la película «Cuna de Campeones» -estrenada en 1950, dedicada a sir Alexander y al colegio-, una copia del libro Alumni, «Cuna de Campeones y Escuela de Hidalguía», de Escobar Bavio (esto, en carácter de préstamo, aclaró), otro cd interactivo alusivo al BAEHS y una lapicera del centenario.
Antes de la despedida, invitó a dar un paseo por el establecimiento, explicando en la caminata, las modificaciones que éste fue experimentando a través de los años. Y cuando el griterío de los chicos -cómo resistir a la tentación de llamarlos «alumni»- en el recreo se intensificaba, nos acompañó cordialmente hasta la puerta de la calle Sucre.  La retirada, fue a pura satisfacción, gracias a lo que acabábamos de ver, escuchar e imaginar.

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En esta nota, casi no hicimos referencia al prolífico material hallado en el museo. Quedará eso para la próxima entrega, pues el hecho de haber conocido a Estela de Rueda, ameritaba un capítulo extra, introductorio e indispensable para comenzar a hablar sobre la maravilla que ella misma creó.

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En las entrañas del legendario Alumni (primera parte)

 

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