“Nací en la Capital Federal. Mis primeros pasitos los di en un pequeño departamento de un barrio porteño, donde viví con mi papá y mi mamá. Un “2 ambientes” en el segundo piso con vista al interior de la manzana. Desde la ventana del living-comedor (que también era mi pieza) podía ver el patio de un hotel de pasajeros, una pensión cuyo dueño era un inmigrante español al que llamaban “El Gallego” (¿cómo podrían llamarlo, no?). Este hotel estaba al lado del edificio de 3 pisos en el que yo vivía. Del otro lado, había un garaje.
La vida tiene esas cosas: crecés, te independizás. Unos cuantos años más tarde dejé aquella querida casa. Ahí se quedó viviendo mi padre, a quien visito regularmente. Ya de adulto, cada vez que volvía al hogar de la niñez, podía ver el patio vecino. Y también, el cielo, porque la manzana despejada de grandes construcciones todavía lo permitía. Hoy, no puedo hacerlo. Después del aislamiento por el Covid-19, tiraron abajo el pensionado del Gallego y empezaron a levantar una torre que en estos momentos estarían cerca de terminar. La complicada etapa, esa del ruido casi constante y el polvo que se filtraba por todos lados, pasó. Lo que queda es un panorama totalmente distinto cuando uno mira a través del vidrio. Ayer se veía el cielo. Hoy, el campo visual lo interrumpe un muro de cemento ubicado a unos metros de la ventana. La iluminación natural que tenía mi habitación no existe más. Mi papá, ya desde la mañana, necesita encender la luz para no correr el risgo de tropezar con algo. Por supuesto, yo sólo voy de visita. El más perjudicado es él.
Pero lo que me motivó a escribir estas líneas es algo que pasó hace algunas semanas. Un día, comprobamos que el garaje contiguo a nuestro edificio –pero del otro lado- ya no estaba en actividad. Pasaron algunos días más y tapiaron el frente. Casi simultáneamente, pusieron un cartel que anunciaba lo que se veía venir: la construcción de otro edificio, una torre, al parecer, más voluminosa que la primera. Con piscina y todo. Al tiempo empezó la demolición de las cocheras. Pusieron andamios en la vereda, el estruendo irrumpió y el polvillo se propagó por la zona. Y así estamos… Hoy por hoy todavía tienen que terminar de demoler. Recién después, arrancaría la edificación. Se viene una etapa que mi papá y sus vecinos conocen muy bien. Pero cuando parecía que se habían librado de las dificultades de aquella obra, comienza una nueva.
Dicen que esto se repite en gran parte de la Ciudad. Que el nuevo código urbanístico lo permite, que la construcción no para, que donde vivía una familia ahora viven más de diez, que los servicios van a colapsar… Y qué se yo cuántas cosas más se escuchan y se leen. Algunos protestan, otros dicen que esto es progreso. Yo, experto en la materia no soy. Simplemente veo que hace unos años, el nuestro era el único edificio de la cuadra. Ahora tiene una torre de unos siete pisos a su derecha. El día de mañana, tendrá otra a su izquierda, seguramente, de una altura parecida. Y él, quedará ahí, ‘petisito’, en el medio”.
Un vecino de la Ciudad de Buenos Aires.