Nuevamente me emocioné al ver jugar a la Selección Argentina de fútbol. Esta vez, la Sub 20. Un extraño fenómeno se produce en mi espíritu al ver a once muchachos que visten la camiseta nacional, entregarse totalmente para defender los colores celestes y blancos. A pesar de entender poco y nada de lo que veo por la televisión, disfruto con las emociones que me producen tanta entrega y valor.
Esta semana también llega la fiesta de Shavuot, la de las cosechas, siete semanas después de Pésaj, recordando la entrega de las tablas de la Ley a Moisés, al pie del sagrado Monte Sinaí, cuando Dios estableció el pacto y el juramento de bendecir a Su pueblo de Israel.
Recientemente pasaron el Día del Himno y el Día de la Escarapela. Ahora estamos en la Semana de Mayo y ya llega el Día de la Patria, el glorioso 25 de Mayo. Es así como recuerdo otros símbolos de la argentinidad: el Ceibo -la flor nacional- y el Escudo y el Sable Corvo del Gral. San Martín. Los quiero y les dedico mi amor y respeto.
Siento en mi corazón un leve tic-tac, el de soñar con mi país, de recorrer sus valles y montañas. De elevarme mirando a Dios, al mundo por Él creado. De amarlo y amarme para siempre. Las cosas simples no son tan simples. Hoy di vuelta la página y en esta húmeda tarde otoñal pude rehacer mi ánimo y escribir estas líneas, lo que tan bien me hace. Creo en Dios y en su todopoderosa sabiduría y bondad.
Juventud, divino tesoro… ¿Quién no la habrá disfrutado? Y así es como quisiera ser “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”. O ser toda la vida tan ingenua como las criaturas. A veces, también quisiera tener mucha edad, a pesar de los dolores normales que eso trae. O poca, para tener la vida por delante y disfrutarla.
¿Por qué me siento abrumada a causa de difíciles tareas? ¿Por qué si ayer me sentía bien, hoy no tanto? Si nada cambió… Es la vida y sus altibajos. Voy despacio por mi camino, recorriendo el destino. Estoy contenta, gracias a la moderna tecnología logré ver a mi hermana Elisabet, después de mucho tiempo. Al fin sucedió y lo disfruté, gracias a Dios, siempre estará dentro de mi alma y mi corazón.
Raquel Seltzer