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El padre de familia llegó a su casa aquel sábado al mediodía, con toda la intención de dormir una buena siesta luego de una semana ajetreada. Sin embargo, una “sugerencia” le hizo notar que sería muy difícil cumplir con aquel objetivo tan anhelado. “Vamos al Centro Cultural Recoleta, hay actividades para las nenas”, informó su mujer, que aguardaba pacientemente la llegada del hombre de la casa para encarar el paseo que había programado con  algunas horas de antelación.
El padre de familia terminó rápidamente su almuerzo y se quedó mirando con ganas la cama tendida. Afuera hacía frío… Pero ya estaba todo resuelto. Camperas y bufandas se convirtieron en protagonistas de una travesía que implicaba caminar varias cuadras hasta una avenida para tomar un colectivo que, media hora más tarde, los depositaría en Las Heras y Uriburu.

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Luego de un viaje sin contratiempos, llegaron a destino. En Uriburu y Vicente López, divisó la entrada a un shopping del cual no tenía recuerdos. “Es el Recoleta Mall”, le dijo su esposa, con evidente conocimiento del tema. Eso hizo que se diera cuenta que la última vez que había atravesado la zona -una madrugada de sábado-, en esa esquina se levantaba la discoteca de Locos x el Fútbol. Y que él había estado allí adentro.
Mientras reflexionaba acerca del paso del tiempo y de lo diferentes que eran las cosas ahora, el grupo familiar  pasó junto al histórico cementerio y, esquivando el gentío, se metió en el Centro Cultural.

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El padre de familia creyó que adentro, el caudal de gente disminuiría en relación al exterior. Pero una vez que puso un pie en el Centro, tuvo la impresión de que, lamentablemente, estaba equivocado. Y se dispuso a empezar la caminata por  el laberíntico espacio. Una de sus principales atracciones, era una sala hacia la cual corrían con entusiamos niños y no tan niños. Del techo, colgaban cuatro hamacas estilo paraguayas, pero circulares y luminosas, las cuales reproducían ruidos, tipo alarmas, si sus ocupantes activaban un sensor. De los 20 minutos que permanecieron en esa sala donde la gente hacía cola para mecerse en los extraños artefactos, el molesto sonido estuvo presente en 18. Cuando se preguntó cómo haría el muchacho de seguridad para soportar eso durante todo el día, ya estaban en la habitación de al lado. Le llamó la atención el contraste:  en este caso, no había una sola persona, con excepción de la empleada, que sentada en un costado y seguramente muy aburrida, no sacaba la vista de su celular. Se trataba de una exposición de objetos de madera, tan diferentes entre sí como por ejemplo, un escarbadiente y un juego de tejo playero.

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En otra sala había una biblioteca cuya temática estaba centrada en Gabriel García Márquez. Una amable señora, con gran placer, puso empeño en explicarles sobre la cuestión. La mujer era una lectora común y corriente y su entusiasmo, visiblemente mayor al del joven encargado de efectuar esa tarea.
Después pasaron a una habitación que tenía una gigantesco pizarrón con consignas. Los visitantes -niños en su mayoría-, dejaban inscripciones con tizas de colores.  Una de las consignas era: “¿Quién querés que te eduque?” Unos minutos después llegó un grupito de adolescentes con pinta de sabérselas todas. Uno de los más cancheros, sonriendo socarronamente, tomó una tiza y escribió: Karl Marx.
A unos metros, en otra sala había pizarras con diversas consignas que apuntaban a la no discriminación racial. En este caso, la participación se daba a través de mensajes pegados en papelitos amarillos.
“No soy ladrona”, era una de las consignas. “Pero Kristina sí” había pegado alguien al lado. A escasos centímetros, otra nota pero en contra de Macri, daba a entender que la grieta estaba presente hasta en los sitios más insólitos.

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Tras una hora de recorrida, el grupo tuvo intenciones de merendar. Con agrado, el padre de familia vio que allí mismo existía un buffet y que sus precios, no eran desorbitantes. Tan contento estaba de poder tomarse un café con leche, que no le importó que la mesa se moviera. Lo solucionó colocando un sobre de azúcar debajo de una de las patas… y a otra cosa. El problema se presentó, cuando la camarera dijo que no quedaban medialunas y su hija más chica lloró desconsoladamente unos minutos. Pero gracias a un alfajor de chocolate, regresó la paz…
Llegó la hora de pedir la cuenta. Los 272 pesos no le parecieron exagerados. Pagó con 300. La moza tardaba excesivamente en traer el vuelto. Tanto, que su mujer y sus dos hijas se fueron para continuar con la travesía. Paranoico, el padre de familia se preguntó si la empleada no estaría demorando adrede para quedarse con una propina más abundante de lo que él tenía pensado. Finalmente volvió la chica con el dinero. El padre de familia separó los billetes y dejó 12 pesos.
Al revisar el celular, observó que tenía un watsapp de la esposa: “Estamos donde se baila”. Efectivamente, en un patio desde donde salía una música frenética, una nutrida cantidad de pibes de entre 12 y 20 años se reunía alrededor de una pista improvisada. “Es un concurso de baile callejero”, le informó la mujer.

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El padre de familia tuvo la sensación de que en alguna parte de su memoria, estaban guardados ese ritmo y esas  imágenes. “¿Esto no es lo que bailaba Micheal Jackson en el 83?”, le preguntó inocentemente a su esposa. “Sí…, es break dance”, confirmó ella, con tono de ¿recién te das cuenta?
Ese fue el último tramo del paseo. Dos horas después de haber entrado, los cuatro salían por la misma puerta. Pero no la había traspuesto aún, cuando un payaso los encaró y, entregándoles un par globos a las nenas, disparó: “Cualquier moneda está bien, es a voluntad”. No tuvo más remedio que meter la mano en el bolsillo. Le dio diez pesos y el payaso se alejó hacia la muchedumbre de Plaza Francia.
El grupo familiar lo hizo en sentido contrario. Menos de una cuadra más adelante, uno de los globos se pinchó. El otro, sobrevivió incluso al retorno en colectivo, viaje que -por la cantidad de gente- nada tenía que envidiarle al de un día laborable en hora pico. No obstante, el padre consiguió ubicarse en uno de los asientos del fondo. Desde allí observó a su familia, que estaba sentada más adelante, y comprendió lo feliz que era.

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