SE CONSTRUYE EN BUENOS AIRES

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Don Alfredo vive en una zona tranquila de la Ciudad de Buenos Aires. Habita un edificio de dos ambientes y tres pisos, sin ascensor. Él está en el segundo. Y a pesar de que le cuesta caminar, baja y sube las escaleras con frecuencia, para hacer las compras, reunirse con conocidos del barrio, tomar un café o visitar familiares. Don Alfredo es jubilado. Se mudó al edificio hace más de cincuenta años, al casarse. Luego enviudó. Más adelante su único hijo dejó el hogar paterno. Don Alfredo ya hace muchos años que vive solo. Aunque lo del barrio tranquilo, en verdad, ya no es tan así. Hasta hace no tanto tiempo, predominaban por allí las casas bajas y la quietud no había perdido la pulseada ante el estruendo de la construcción. Ahora, sin embargo, las cosas están cambiando. Por lo general, en cada manzana del barrio, están levantando torres. Al principio eran de tres o cuatro pisos. Pero unos cuantos meses atrás, comenzaron a hacerlas de siete pisos o más, acogiéndose al nuevo código de planeamiento urbano… Y eso, sin hablar de las avenidas, donde son más altas todavía.

Su departamento da al interior de la manzana. Al abrir la ventana, antes se encontraba con una vista al patio de un hotel familiar. Y podía también ver, generosamente, el cielo de Buenos Aires. El comedor de su “dos ambientes” era luminoso. Tanto, que recién después del atardecer necesitaba encender la luz. Todo cambió cuando el dueño de la pensión de al lado, vendió la propiedad. Esto ocurrió poco antes de la pandemia. Al parecer, tras concretarse la operación, el hombre, de orígenes españoles, regresó a la tierra de sus ancestros. El hotel que administraba dejó de funcionar y en el predio no hubo más movimiento durante un tiempo. Pero a medida que se levantaban las restricciones post-Covid, la construcción fue recuperando su ritmo habitual. Un día, llegaron las máquinas y comenzaron a demoler la antigua estructura hotelera.  El ruido de la demolición y la incómoda presencia del polvo se hicieron sentir por espacio de días y días. Claro, ojalá –pensaba Don Alfredo- hubiera sido sólo eso. Porque a continuación, sobre la base del terreno vacío, se inició la edificación.

Actualmente, los trabajos llevan más de un año. La altura del nuevo edificio, que está junto al de Don Alfredo, excede largamente los tres pisos de elevación que tiene éste. Por supuesto, de aquella hermosa iluminación natural casi nada queda. Ahora, sea cual fuere la hora, para ver con claridad en el comedor, es necesario prender la luz. Si mira por la ventana, Don Alfredo ya no observa el cielo sino una mole de cemento ubicada a unos metros de sus narices. La suciedad que produce la obra es todo un tema: el polvo se acumula sin cesar en los rincones, mientras el dueño de casa multiplica esfuerzos en su objetivo por evitarlo. Por más que pase el trapo, al rato, el polvo está de vuelta… Otro problema es el de los ruidos: desde muy temprano en la mañana y hasta las cinco de la tarde aproximadamente, las máquinas y el griterío de los obreros irrumpen en el ambiente. Dentro de todo, la situación en este caso no es tan grave como en otros lugares. Por ejemplo, un vecino del norte de la Capital Federal, publicó al respecto una queja en un diario. Según decía, para mantener sus reuniones laborales por Zoom, debía encerrarse en el baño. Era la única manera de atenuar el estruendo provocado por la construcción de una enorme torre cercana.

Don Alfredo, al enterarse de que iban a levantar un edificio junto a su hogar, pensó que tal vez se podía intentar algo a nivel legal para impedirlo. “No sé si es legal que vengan y te tapen toda la luz”, deslizó. Una respuesta que escuchó lo devolvió a la realidad: “Si fuera así, no se hubiera podido hacer ni un edificio más en toda la ciudad”. Don Alfredo fue resignándose e incluso comenzó a acostumbrarse a convivir con esta realidad. Hoy por hoy, es tan consciente de que el valor económico de su querido departamento ha disminuido, como de que todavía faltan muchos meses para que la obra finalice.

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