Una gran ciudad que espera…
Débora abrió bien grandes sus ojos marrones. Con mirada todavía incrédula, contempló los grandes edificios de Buenos Aires desde el asiento del micro que avanzaba en dirección a Retiro. Tanto asombro no cabía en su cabecita de niña criada en el Interior del país… ¡Qué diferente era esa mole de cemento a su terruño provinciano! Débora pasó unos días en la Capital Federal, visitando familiares, y quedó maravillada por un panorama que la haría volver una y otra vez… Porque no fue aquella la única oportunidad en la que pisó suelo porteño. Cuántas veces pudo, en los años sucesivos, repitió la inolvidable experiencia. Algunas veces junto a su abuela, otras, acompañando a una amiga –ya más de grande-, y también con su papá, se dio el gusto de transitar, de día y de noche, por calles y avenidas de la gran ciudad.
En Buenos Aires, su programa incluía variadas actividades: visitas al Estadio Monumental y al Museo de River –como buena hincha millonaria-, alguna caminata por la Costanera, recorridas por el shopping, paseos planificados con el objetivo de comprar ropa (su gran debilidad)… Siempre, repartiendo amor entre los suyos y alegrando con su presencia a quienes la rodeaban.
Pasó el tiempo. Débora creció. Un día, fruto de su trabajo, logró comprarse su auto. En cierta ocasión, manejando por las rutas de su provincia, chocó con un camión. El incidente vial pudo tener consecuencias terribles, pero gracias a la mano del Señor, ella y su novio sólo sufrieron golpes menores (tampoco en el otro vehículo hubo heridos). El auto, en cambio, quedó convertido en chatarra. Y a fines de cumplimentar trámites del seguro, Débora hizo otro viaje relámpago a su querida Buenos Aires.
Meses más tarde, un tema de salud comenzó a inquietarla. Le dolía la pierna. Y el dolor no se iba… Los estudios arrojaron el diagnóstico que en la medicina se conoce como hernia de disco. La charla con la doctora incluyó una advertencia importante: de no cuidarse, de no hacer el reposo aconsejado, las consecuencias podían ser graves.
Débora se bajoneó. Era comprensible. ¿A quién no le pasaría lo mismo? Más allá de los temores lógicos, al menos por un tiempo, debía modificar sus hábitos cotidianos, su rutina laboral…
Pese a las dificultades, el apoyo de sus seres queridos se mantuvo inquebrantable. Y ella, comenzó a desandar el sinuoso sendero que implica desafiar los miedos, combatir la ansiedad, sacar fuerzas de donde a veces no hay… Misión complicada para cualquiera, pero imposible, jamás.
Entretanto, a muchos kilómetros de distancia, Buenos Aires sigue cambiando a paso acelerado. Con su cemento absolutamente indiferente a la sensibilidad que vive en cada morador, aunque rebosante del sentimiento que brota de quienes la habitan. Desde esa perspectiva, la gran ciudad también aguarda confiada el regreso de la niña que una vez quedó maravillada por su inmensidad, y que a lo mejor, mucho antes de lo esperado, esté nuevamente caminando por sus veredas.