REFLEXIONANDO POR BAIRES

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¿CREADOS POR UNA EXPLOSIÓN O POR UN DISEÑADOR?

¿Cuántas veces, a lo largo de la humanidad, los hombres hemos tratado de responder la pregunta del título? Por supuesto, el interrogante sigue latente, pues no existe explicación humana que compruebe fehacientemente cómo se originó la vida.
Desde hace un tiempo, sin embargo, las teorías del Big Bang y de la Evolución parecen haber haberse adelantado varios cuerpos en esta supuesta carrera. Hoy, muchos las ven con buenos ojos, incluso, no habiéndose interiorizado sobre ellas, sin saber que no son hechos comprobados sino teorías, aceptadas por científicos y refutadas por otros, también científicos.
Hace poco, en Internet, hallé un texto del Doctor John Veron McGeee, que decía:
Si fuéramos a dar un paseo en el bosque y nos encontráramos de repente con una huerta exuberante, sabríamos que esas hileras de lechugas, pepinos, y tomates no se habían plantado por sí solas. Hay una gran diferencia entre matorrales silvestres que crecen libremente en el campo y verduras que han sido cuidadosamente plantadas en línea recta y luego abonadas, podadas, regadas y tal vez rociadas de insecticida. En una huerta se aprecia orden y designio, como fruto de la solicitud de un hortelano.
Si saliéramos al campo después de una tormenta de nieve y observáramos una serie de pisadas, sabríamos que alguien había pasado por allí. Sabríamos distinguir entre las huellas de un conejo y las de un hombre. Si las huellas fueran de hombre, sabríamos si andaba descalzo o con botas. Por el número de calzado que gastaba, podríamos adivinar si fuera hombre o mujer.
Más adelante, agregaba esto:
-De la misma manera, David afirma que «los cielos cuentan la gloria de Dios». Lo que hay arriba en los cielos y lo que el firmamento cubre aquí abajo en la tierra y el mar, toda la naturaleza habla de un Dios que verdaderamente está allí. Como huellas en la nieve, se ve por todas partes indicios de un agente personal. Como la huerta en el bosque, se declara que hay una inteligencia superior.

El autor del texto nombra a David. Se refiere a aquel pastor de ovejas que luego fuera rey de Israel. A continuación, relataba:
-Cuando se produce un atentado terrorista, el resultado es el caos: hierros retorcidos, cristales hechos pedazos, edificios derrumbados, cuerpos humanos destrozados. Una explosión sólo genera desorden; si hiciéramos estallar un artefacto en una imprenta, de esa explosión jamás saldría una edición hermosamente encuadernada de una enciclopedia completa. Si se reventara una olla a presión en una cocina industrial, jamás saldría un plato exquisito apto para convencer al jurado del programa de televisión Masterchef. Aunque dejáramos pasar un millón de años, un banquete de boda jamás sería fruto de una explosión en la cocina. La explosión sólo desemboca en el desorden. Si el universo hubiera comenzado con una explosión primitiva («Big Bang»), sólo habría caos y muerte. Donde hay orden, designio y previsión, tiene que haber una inteligencia detrás. Cuando contemplamos un reloj perfectamente montado, sabemos que en algún lugar hay un relojero. Un reloj no se ensambla por sí solo. Y aunque metiéramos los engranajes, la correa, el cristal, y las manecillas en una lavadora y le diéramos un millón de vueltas durante un millón de años, nunca se armaría un reloj. Hasta un niño sabe esto. El joven David, cuidando las ovejas de su padre, se detiene cada día ante las maravillas de la naturaleza que le rodean día y noche en el campo, y su alma se eleva al Diseñador de todo.

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Tres aves de increíble belleza, apenas una mínima muestra de lo que es nuestro planeta. ¿Creados por una explosión o por un diseñador?

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¿Qué más decía el texto? Veamos:
-Es posible contemplar la naturaleza y sacar otras conclusiones: que todo surgió de la nada por sí solo, que la vida empezó como una invasión desde el espacio, que la complejísima molécula de ADN se generó al azar, que la vida animal evolucionó durante millones de años «pasando de criaturas unicelulares a mamíferos avanzados», que la conciencia humana es fruto del desarrollo de algunos primates de África. Aplicando la estricta racionalidad, sin embargo, uno se da cuenta de que hay ciertos procesos que siempre se observan, en todos los lugares y en todos los tiempos. Cada efecto requiere una causa. Donde hay diseño, hace falta un diseñador. Donde se aprecia una conciencia moral, eso anuncia la existencia de un criterio superior de bien y de mal. El argumento del diseño parece razonable porque lo es. Responde a los criterios más elementales de la lógica. Si vemos el dibujo de un niño, sabemos perfectamente que aquella pintura infantil nunca podría surgir por casualidad, como metiendo pinturas y folios en una caja y moviéndola durante millones de años. Donde hay diseño, tiene que haber un diseñador. En cambio, si contemplamos un cuadro de un gran pintor, reconocemos inmediatamente que hay un grado de destreza que va mucho más allá de las capacidades de un niño. De la misma manera, cuando observamos ejemplares como la esponja marina llamada «Canasta de flores de Venus», apreciamos una complejidad y un diseño mil veces más desarrollado que una obra de Velázquez. Una mente superior tiene que estar detrás de tanta perfección.

El relato sigue. Pero a fines de sintetizar este artículo, sólo restaría cerrar, justamente, citando la frase completa del rey David: «Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos».
La frase forma parte del libro de los Salmos (Sal 19:1), que a su vez, se encuentran en las Sagradas Escrituras, o la Biblia, obra tan menospreciada últimamente, pero tan sabia y vigente como miles de años atrás.

Para leer el texto completo del Doctor John Veron McGeee, click AQUÍ

 

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