FAMILIA EN CUARENTENA
Desde hace unos cuantos años, no son pocas las personas que parapetadas en los medios de comunicación vierten opiniones contrarias a la familia tradicional: que tienden a desaparecer, que son anticuadas, que «el papá, la mamá y los hijos» ya no es una figura que se ajuste a los tiempos que corren, que los que defienden este modelo son arcaicos… Los etcéteras podrían comenzar, seguir y seguir.
Mediante estas apreciaciones, forman opinión. Este pensamiento avanza progresiva y colectivamente, y así, nuestra sociedad cada vez aparta e ignora con mayor fuerza a la que constituye su célula primaria. A una velocidad similar a la que va degradándose la familia, también lo hace la sociedad entera.
Alcanzaría con dedicarle una mirada a las noticias para ver cómo en nuestro país y en el mundo actúan la falta de amor al prójimo, el individualismo, la violencia. Alguien podría argumentar que eso nada tiene que ver con la desintegración de la familia tradicional. Personalmente, opino que sí, que todo empieza por casa.
En esta cuarentena viví como nunca antes -por todo lo que se ha extendido-, en el seno de una familia «a la antigua»: papá, mamá e hijos. Confieso que le tuve cierto temor a una convivencia tan dilatada. Como en toda relación, podría haber roces, desgaste, peleas… La diferencia es que en cuarentena sería más complicado salir de casa «hasta se te vaya el malhumor».
Para mi propia sorpresa, quizás, la experiencia viene siendo muy buena. No es que no haya habido discusiones. Pero si las hubo, se solucionaron con una charla a tiempo, un pedido de disculpas, un beso, un abrazo. Asimismo, estando tanto juntos, creo que descubrí nuevos aspectos de los demás integrantes del grupo, y también de mí mismo.
La convivencia nos llevó a ser más compañeros, a abrirnos más, a unirnos ante la adversidad, a disfrutar las alegrías en conjunto, a superar mejor las tristezas, a encarar con optimismo los proyectos, a aprender a respetar los espacios del otro…
No me creo «el ser humano del hogar perfecto» ni mucho menos. Pero, una persona que viva esta experiencia de chico, ¿cómo actuará cuándo de grande le toque salir al mundo? En cambio, el que careció de valores siendo niño, ¿qué aporte le hará a la sociedad?
Esta reflexión no pretende ser una lección de moral ni mucho menos un hallazgo. Si digo que las bendiciones que trae la familia (tanto para padres como para hijos) son incuestionables, entiendo que no estoy diciendo nada novedoso.
Ya hace mucho tiempo, alguien había hecho esta recomendación: «Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará». La misma persona aconsejó a los más jóvenes así: «Hijo mío, obedece el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre».
Las frases fueron escritas hace unos tres mil años por alguien caracterizado por su inmensa sabiduría. Era Salomón, rey de Israel. Son los Proverbios 6:20 y 22:6 respectivamente, integrantes de las Sagradas Escrituras.
Pablo Wildau