PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Amenabar_ciclovia

Hubo un episodio en especial, en el cual Pablo la pasó realmente mal con motivo del bullying que padecía en aquel segundo año de la secundaria. Las agresiones recibidas ese día no fueron duras en relación a lo físico. No obstante, como ya se dijo, el sufrimiento a menudo no pasaba por este aspecto, sino por el maltrato que soportaba desde el punto de vista psicológico. Lo concreto, es que un viernes, su compañero Damián no concurrió a clase. Eso, ya de por sí, era motivo de angustia para Pablo, que carente de la protección del estudiante más corpulento del aula, quedaba expuesto a que los pendencieros de la división se acercaran a molestarlo sin restricciones. Pero aquella vez las cosas fueron más lejos. Los varones del curso, en determinado momento de la mañana, tenían hora libre, ya que las chicas asistían a otra materia –educación física, muy probablemente- por separado.

Las autoridades del colegio autorizaron al grupo (unos diez chicos) a ir en este tiempo libre, hasta una plaza que quedaba a tres o cuatro cuadras del establecimiento, acompañado de un preceptor que cumplía una suplencia desde hacía tal vez un par de semanas. Pablo no tuvo otra opción que ir también. En su memoria, quedó grabado muy nítidamente lo que aconteció apenas llegaron a la plaza: llevaba puesta una campera de jean con dos bolsillos delanteros. Como en esa etapa de su vida le gustaba coleccionar diversas cosas, en un bolsillo guardaba algunas tarjetas (de negocios, personales, etc). A medida que las conseguía, allí iba acumulándolas.

La cuestión es que el compañero que más solía tomarlo de punto, abrió el botón de su campera y tras sacar todas las tarjetas, las arrojó por el aire. Esto sucedió a la vista de todos, incluso, la del preceptor, un muchacho de alrededor de 25 años que había entablado una cordial relación con los varones de la clase. El preceptor, apenas atinó a reprender con un breve gesto a quienes usaron a Pablo como blanco de sus pesadas bromas. Estos no hicieron ningún caso al “reto” y siguieron divirtiéndose en la hora libre, mientras Pablo, juntaba una por una, las tarjetas desparramadas por el suelo.

Muchos años después, escribió: “El descanso que necesitamos”.

Muchas veces, a lo mejor sin darnos cuenta, nos empeñamos en querer controlar todo. Pensamos que si no pasa todo por nosotros, los problemas no se solucionan. Esto nos cansa, nos estresa, y a menudo sucede que aún habiéndonos esforzado mucho, seguimos metidos en un callejón sin salida. Pero hay cosas que escapan a nuestro alcance y contra las que la limitada fuerza que tenemos, no puede luchar. A veces, ni siquiera nosotros mismos somos capaces de entender lo que ocurre, ni a nuestro alrededor, ni en el interior de nuestra mente. El Señor, en cambio, sí lo sabe. Él ve todo lo que pasa y conoce a cada persona que nos rodea. Por eso, nos invita a confiar más en Su poder. A descansar en Él. A dejar en Sus manos los asuntos que a nosotros nos cuesta resolver. Dios nos ama y desea ayudarnos, como ese padre que anhela socorrer a su pequeño hijo cuando este tropieza.

Por eso, busquemos Su presencia en oración. Pidámosle ayuda en todo momento. Y no nos desesperemos si el auxilio no llega en el instante que pretendemos. Porque Él, mejor que nadie, sabe cuándo debe darnos la respuesta que necesitamos.

Un sustento bíblico:

En paz me acuesto y me duermo, porque solo tú, Señor, me haces vivir confiado. Salmo 4:8.

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