PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

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En una clase de historia, la profesora desplegó un mapa del continente americano. El programa, en aquella parte del ciclo lectivo estaba enfocado en las Guerras por la Independencia.  Las acciones militares del ejército sanmartiniano y demás libertadores americanos, eran tratadas en profundidad en segundo año. La docente a cargo de la materia demandaba la participación de los alumnos, quienes en ese momento de la mañana debían pasar al frente y señalar con una cruz en qué parte de América del Sud se habían producido determinadas batallas. A Pablo no le gustaba que lo nombraran para este tipo de tareas. Con el bullying que estaba sufriendo, le tenía pánico a la posibilidad de que además le tocara ponerse delante de toda la clase y ser el centro de atención. Por eso, cuando la profesora mencionó su apellido en voz alta, tuvo la sensación de que el mundo se le venía encima. Sin embargo, eso no era todo. El instante de mayor adrenalina, estaba por venir, porque segundos más tarde, se le indicó cuál era uno de los lugares de las contiendas que tenía que marcar con una tiza en el mapa.

Las risitas burlonas que Pablo escuchó en el sector trasero del aula cuando se puso de pie para dirigirse al pizarrón, se amplificaron hasta el nivel más cruel, apenas la docente le dijo:  “Carabobo”. Pablo apretó la tiza, alzo su mano derecha y puso una de la cruces en el actual territorio venezolano, mientras a sus espaldas, las cargadas se le clavaban como dagas y un sudor frío recorría su humanidad expuesta a los ataques de una minoría belicosa y al silencio de una mayoría indiferente.

Desde que escuchó su apellido hasta que volvió a su asiento, tal vez no haya pasado más de un minuto. A él, como es fácil deducir, le pareció que ese breve instante, no se terminaba más.

Muchos años después, escribió: “Torneos y competencias”.

Un concurso de belleza, un programa de preguntas y respuestas, una carrera de autos, un campeonato de fútbol… La sociedad nos propone constantemente planes de diversión donde el que gana es el que festeja. El resto, en cambio, difícilmente pueda superar una sensación de frustración. Con tantos eventos de este tipo, el mundo nos lleva a medir fuerzas en todo momento y lugar. A veces no medimos fuerzas en concursos, pero, ¿en la escuela no se compite entre compañeros por las mejores notas? ¿En el trabajo no se compite ferozmente para conseguir el mejor puesto?

Esta manera de vivir genera entre nosotros una comparación constante, aún sin darnos cuenta, con la gente que nos rodea. Y de no estar preparados podemos llegar a frustrarnos mucho si creemos no estar a la misma altura de los demás. Esta brutal competencia ha sido ideada por la mente del ser humano que todo el tiempo -tal vez de manera inconsciente- crea una escala de valores de acuerdo a polémicos parámetros, porque a menudo, la persona “superior”, es la que más bienes materiales tiene, la de físico más atlético o la de notas más altas en el colegio.

Para conservar una buena salud mental tratemos de darnos cuenta de este principio con el que se maneja el mundo. Aunque queramos, no vamos a poder cambiarlo. Pero en lugar de frustrarnos cuándo aparentemente alguien es “mejor” que nosotros, confiemos en el único para el que verdaderamente somos todos iguales. Dios no hace acepción de personas. Sigamos Sus enseñanzas, obedezcamos Sus instrucciones. Y si nos desanimamos ante la competencia despiadada que nos rodea, recurramos a Él para conseguir la paz que necesitamos.

Un sustento bíblico:

(Dijo Yeshúa –Jesús-): Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo. Juan 16:33.

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