PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Avenida_9_Julio

Pablo deseaba, ahora sí, poner un punto aparte y definir en una o dos líneas el cuadro de situación. Concluyó que el miedo que sentía ante una circunstancia que él consideraba peligrosa, era tan exagerado como su miedo a la incertidumbre que le generaba la espera, hasta saber si efectivamente, el peligro se presentaría o no. ¿Peligro de qué? Peligro a una posible pérdida, ya sea en el área afectos, dinero, zona de confort y, acaso la batalla más dura que debió afrontar: el área salud.

Luego de elaborar esta conclusión, quiso recapitular. Era un hecho que este problema no lo traía consigo desde el nacimiento. Pablo identificó que a sus treintaypico de años, a partir de su paternidad, sus dificultades comenzaron a manifestarse de modo más agudo hasta finalmente estallar cerca de los cuarenta. Pero, si bien el estallido se produjo recién a esa edad, mucho tiempo antes habían empezado a gestarse las condiciones para que tiempo más adelante sucediera lo que sucedió. Cuando Pablo se abocó a analizar cuáles eran esas condiciones, llegó a una palabra extranjera que a pesar de que hoy es muy popular, en otras épocas nunca oyó nombrar: bullying.

Muchos años después, escribió: «Odiosa comparación».

Nos comparamos con otra gente todo el tiempo y casi sin darnos cuenta. Aparentemente esto no es grave, pero el problema, surge porque sin ser conscientes de ello, podemos dañarnos nosotros y a las personas con las cuales nos comparamos. La gente se compara, por ejemplo, en lo que respecta a bienes materiales. Si un pariente gana tanta plata, yo quiero ganar más. Si tiene tal auto, quiero tener uno mejor. También la ropa que usamos llama a la comparación. Las personas, suelen compararse en relación a quienes tienen más amigos o vida social. El cuerpo y la personalidad son objeto de comparación constante. Y así, muchísimo más… Por más que parezca que esto pertenece al mundo de los adultos, ya desde pequeños, los niños empiezan a comparar quien hizo los mejores trabajitos en el jardín, o quien obtuvo la mejor calificación en la escuela.

Esta competencia, tan absurda a veces, origina problemas en el colegio, en la familia, en el trabajo… Al margen de lo que ocurra con el prójimo, también hacer crecer el sufrimiento propio, porque si al comparar vemos que no conseguimos lo que sí consiguió el vecino, posiblemente caigamos en una frustración que nos lleve a estar mal por quien sabe cuánto tiempo.

Evitar entrar en este terreno no es fácil, porque la sociedad nos empuja a que midamos fuerzas constantemente. Podemos comprobarlo con las competencias en la TV, los concursos de belleza y tantas cosas… Pero si caemos en la comparación, también podemos apelar a la oración, un recurso mediante el cual compartimos nuestras dificultades con el Señor, quien con Su sabiduría, nos ayudará a hallar la solución. Para Él -que nos creó-, la comparación no tiene sentido: cada persona es única, nos ama como somos e incluso nos da el valor que nosotros mismos nos quitamos. Y si queremos mejorar lo que estamos haciendo mal, también estará disponible para respaldarnos en eso.

Un sustento bíblico:

Pero el Señor le dijo a Samuel: —No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón. 1ª Samuel 16:8.

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