
La heladera, la canilla, el interruptor de la luz… ¿Qué tiene en común todo esto? Cualquiera diría que son elementos presentes en el hogar. Y es correcto. Pero además, hay algo que los unía. Los tres, eran elementos que Pablo solía utilizar a la hora de cargar con sus incómodos TOCs. A medida que ingresaba en una etapa “heavy”, donde el estrés, la ansiedad y los miedos se complotaban para afectar su día a día, él recurría a los famosos “trastornos obsesivos compulsivos” para tranquilizarse. La tranquilidad, claro, era solamente un espejismo y su supuesta efectividad tenía una duración ínfima, porque a un TOC, minutos o segundos más tarde, lo seguía otro, y después otro, y otro… Y así sucesivamente, hasta convertir los días de Pablo en una tortura que no podía sacarse de encima.
La heladera, la canilla y la perilla de la luz, no era lo único. Qué fácil hubiera sido, nada más que con eso. Aparte, había más cosas, y no se limitaban a objetos materiales, sino que también incluían comportamientos realmente molestos, como –por ejemplo- tocarse partes del cuerpo ante determinada circunstancia. Pero ¿cómo podría tranquilizarse una persona abriendo y cerrando la heladera sin motivo aparente? ¿Qué beneficio traía prender y apagar la luz? ¿Por qué abrir y cerrar una y otra vez la canilla de la ducha?
No existe una respuesta coherente, aunque lo cierto, es que Pablo no podía dejar de hacerlo. Quería, pero no lo lograba. En su confusión mental, llegaba a la conclusión de que si no obraba de esa manera, algo malo podía llegar a ocurrirle a él o a sus seres queridos. Cada vez que apelaba a estas maniobras, quizás pensaba: “Esta es la última”. Sin embargo, en breve, nuevamente su mente le pedía que lo hiciera, y él no conseguía negarse. Esto le daba una efímera calma: “Si prendo y apago otra vez la luz, eso malo que pienso que puede pasar, no va a pasar”. Así funcionaba la cabeza de Pablo por aquellos días turbulentos.
Muchos años después, escribió: “Somos como moscas”.
Hace poco me impactó un relato. Escrito en el sitio escuelabiblica.com., no especificaba su autor. Decía algo así: supongamos que mientras estamos sentados en nuestro hogar, aparece una mosca y, desde su insignificancia y la pequeñez de su comprensión, nos cuestiona la manera en la que vivimos, pensamos, hacemos las cosas, e incluso como está hecha nuestra casa. ¿Cómo un ser de una mente tan limitada con respecto a la humana, va a cuestionarnos a nosotros? La situación daría para reírse, ¿no? O quizás, para aplastar a ese insecto que se atrevió a objetar nuestra conducta.
En nuestra relación ante Dios, los humanos estaríamos en una posición similar a la de la mosca con respecto al dueño de aquella casa. Por nuestro limitado razonamiento, somos incapaces de comprender los pensamientos de Dios, pero así y todo, lo desafiamos, nos rebelamos. “Miren el estado de este mundo, ¿adónde está Dios”, cuestionamos. Él podría ignorarnos o aplastarnos. Sí, como a una mosca. Sin embargo, nos tiene una inmensa paciencia y sigue a la espera de que reconozcamos Su infinita grandeza, frente a nuestra ínfima posición de pecadores perdidos. Aquellos que rechacen el amor y salvación que nos ofrece, lamentablemente, también marcharán a un triste final. Pero a pesar de nuestra arrogancia y terquedad, Él desea rescatarnos, darnos una vida abundante y eterna. Sus brazos están abiertos para que vayamos hacia Él.
Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa –Jesús-): Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse. Lucas 15:7.