PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Conesa_Loreto

Había un elemento importante que en su relato, Pablo obvió hasta este momento: un miedo que en su infancia ni sabía que podía existir, pero que mucho más adelante, empezó a sufrir a la par de otros indeseables visitantes. Se trataba de… el vértigo. Sí, el miedo a las alturas estaba en la lista. Pablo hizo memoria y recordó que una noche, acostado en su cama, pensó que le gustaría tirarse a una pileta de un trampolín muy alto.  Cuánto más alto, mejor.  Claro, ¿que podría pasarle? Si abajo, había agua y él sabía nadar…

No tanto tiempo después de este episodio, tuvo la oportunidad de llevar a la práctica algo de lo que su mente había estado analizando. Tendría unos doce años, cuando fue con varios amigos a un famoso parque recreativo porteño –el Sarmiento- que tenía enormes piletas de natación, con amplios trampolines situados en diferentes niveles. En el lugar de los hechos, se dio cuenta de que no era tan fácil como lo había imaginado. Pablo subió la escalera que lo depositaría en los niveles elegidos. Luego caminó sobre un trampolín que no era de los más altos. A medida que se aproximaba el momento de tirarse, experimentó un temor que no esperaba. Al ver el agua allá abajo, dudó… Finalmente, se lanzó. Segundos antes, había sentido ese cosquilleo que por unos instantes, amenazó con impedirle que se diera el chapuzón. Pero dejó atrás el incómodo momento y cumplió con el objetivo trazado.

¡Qué distintas fueron las cosas años más tarde! Pablo llegó a la conclusión de que en su adultez, no hubiera podido ni siquiera caminar hacia el extremo de aquél trampolín. Recordó, en esa línea, un par de situaciones ilustrativas. Una aconteció en una visita a la Torre de los Ingleses. Estaba permitido subir y contemplar el bello panorama que ofrecía la Ciudad de Buenos Aires desde uno de los balcones. Pablo tomó el ascensor hasta lo que, quizás, sería aproximadamente un décimo piso. Pero cuando llegó la hora de depositar sus pies en el balcón, un escozor lo detuvo. ¡Ni hablar de asomarse y mirar para abajo, cómo hacía la mayoría de las personas! El prefirió quedarse tranquilo, del lado de adentro, mientras los familiares con los cuales había ido, caminaban por el área “peligrosa” sin dificultades.

Más o menos por la misma época, viajó a Tandil, con la Piedra Movediza, como una de las máximas atracciones. Dicho y hecho. En el pie del cerro no hubo problemas. No pasó lo mismo a la hora de escalarlo para llegar al sitio turístico desde donde la réplica de la célebre roca podía verse desde más cerca. Pablo subía, pero comprobó que si bien la altura no era un obstáculo, no se animaba a mirar hacia abajo. Cuando llegó a destino, en vez de contemplar el paisaje, se preocupó por mantener su mirada clavada en un punto fijo, que era el lugar donde tenía apoyado sus pies, y a mantenerse aferrado con una de sus manos (o ambas) a la superficie rocosa más cercana. Su esposa e hijas, entretanto, disfrutaban del paseo, probablemente sin comprender su extraño comportamiento.

Un día, Pablo escribió: “Quisiera creer, pero no tengo fe”.

He escuchado frases como esta de manera frecuente. Incluso yo mismo, muchos años atrás, pude haber pensado así. Sin embargo, todos venimos a esta tierra con una dosis de fe. Las circunstancias de la vida y el mundo que nos rodea pueden hacer que esta fe aumente, o que disminuya hasta pasar casi inadvertida. Pero también, puede resurgir si ponemos empeño en esa tarea y, aún con la poca o nula fe que decimos tener, nos dirigimos a Dios para que nos ayude a reconquistar este valor tan menospreciado en un sistema donde por encima de lo espiritual, gobierna lo material y lo superficial. Si creyéramos que nuestra falta de fe no tiene remedio, probemos con confiarle el problema a Dios, porque en Él -no en nosotros- reside el poder para hacer posible lo imposible.

El Señor se agrada de los que con fe lo buscan. Por lo tanto, también espera que con humildad nos acerquemos a Él, para tendernos esa mano que anhela darnos.

Un sustento bíblico:

Porque me has visto, has creído -le dijo Yeshúa (Jesús)-; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.

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