
El consultorio del terapeuta era confortable. Estaba en un primer piso, con vista al sector interno del edificio. Pablo nunca había mirado por la ventana. Hubiese tenido que hacer una maniobra de más para ir hacia ella y asomarse. Pero se limitaba a cumplir a rajatabla con lo establecido: llegar, tocar el portero eléctrico, aguardar que bajara el profesional, saludar, subir por la escalera hasta el primer piso, ingresar a la pequeña habitación, sentarse en el sofá, tener la charla… Y a la salida, entre cuarentas y cinco y cincuenta minutos después, abonar la consulta y realizar el trayecto inverso. Todo estaba correctamente estructurado, al igual que en la vida de Pablo, a quien le costaba mucho evadirse de la armazón estructural con la que, conciente o en forma inconciente, había ido dotando a su transcurrir cotidiano. Y esto era eso, precisamente, lo que quería modificar a través de sus visitas a Cristian.
El terapeuta lo incentivaba a escribir. Como su cliente entendía que lo hacía medianamente bien y le gustaba expresar sus pensamientos por escrito, Cristian intentaba que Pablo explotara ese recurso. En otra ocasión, él volvió a considerar esta posibilidad, volcando en su computadora el siguiente texto:
Hace un tiempo, un actor que atravesó un mal momento de salud, era entrevistado en TV. Contaba que, estando internado, un día a las 7 AM miró por la ventana y en la calle, vio a un hombre que alimentaba a las palomas. Lamentándose por su situación, el actor pensó: “Yo quiero ser ése hombre”. En definitiva, su salud mejoró y dio este testimonio en el reportaje.
Mientras no estemos atravesando un trance delicado, es muy difícil que nos detengamos a valorar las cosas simples de la vida. Pero basta que el panorama se oscurezca, para que enseguida ansiemos volver a disfrutar de aquellas cosas que teníamos y que, paradójicamente, casi nunca –o nunca- disfrutamos.
Lo que le sucedió al personaje mediático, podría trasladarse a cada uno de nosotros. En teoría, parecemos tener esto muy claro. Pero, ¿por qué en la práctica nos cuesta tanto? Será, quizás, porque siempre estamos luchando por conseguir un objetivo que parece lejano, sin entender que las cosas más lindas de la vida son gratis y están más próximas de lo que creemos. El abrazo de un padre, la sonrisa de un hijo, el beso de una pareja, el amor de un ser querido, mirar al cielo respirar aire fresco ¿Suena a cursilería? Tal vez sí. Sin embargo, cuando por algún motivo vemos peligrar estas pequeñas-grandes cosas, seguramente nos demos cuenta de que las teníamos muy cerca y no las valoramos, así como el actor, quería salir de su internación para hacer una acción tan sencilla como ir a darle de comer a las palomas.
Pienso que sería un buen ejercicio, cuando estamos en casa, en familia, caminando por la calle, o en cualquier circunstancia común y corriente, detenernos un segundo, reflexionar y decir para nuestros adentros: “Yo quiero ser éste”. Lo más hermoso, es que lo estaremos logrando. La meta ya no estará cerca ni lejos, sino aquí mismo.
Un sustento bíblico:
«Aparentemente tristes, pero siempre alegres; pobres en apariencia, pero enriqueciendo a muchos; como si no tuviéramos nada, pero poseyéndolo todo». (2 Corintios 6:14).