PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

poda_Martinez

Comenzaba el invierno en el hemisferio sur… Si a Pablo le gustaba una estación en especial del año, ésa era el otoño que acababa de irse. Y si debía elegir entre el verano y el invierno, prefería este último, aunque ahora de adulto, el frío ya no le agradaba tanto como cuando era más chico. Suponía, además, que a pesar de que la primavera tenía buena “prensa”, no era su estación favorita ni se acercaba, en sus gustos personales, a ese sitial. Desde chico, en forma constante, Pablo hacía comparaciones entre las diversas épocas del año. Y así como le atraían este tipo de evaluaciones temporales, también, de manera consciente o inconsciente, a menudo se sentía interesado en entrar en un terreno peligroso: el de las comparaciones entre personas. De a poco, empezó a darse cuenta de que hacerlo podía resultar inofensivo a simple vista, pero que ya fuera en el corto, el mediano o el largo plazo, examinarse junto a sus semejantes bajo esa lupa, terminaba siendo más perjudicial que beneficioso. Por eso, le puso este título a una de sus ideas reflexiones: “Hacer el intento por no compararse con nadie”. Y la desarrolló mediante estas líneas:

En esta sociedad híper-competitiva, una de las grandes causas de insatisfacción de la gente, proviene de cuando se compara con los demás. Pude sacar esta conclusión gracias a que a mí mismo me ha sucedido. En la post-adolescencia, luego de experimentar el sufrimiento que muchos padecen a esta edad y más adelante (o más atrás) también, de repente logré entender que cuando comparaba mis posesiones –materiales o no- con las de otras personas, crecía en mí una sensación de descontento. Claro, mi atención no se posaba en aquel al que supuestamente yo aventajaba en determinado aspecto, sino en aquel que tenía “más” que yo. Esto, irremediablemente, me conducía a un espiral de frustración difícil de quebrantar.

Es que esta compleja humanidad tiene el gran problema de valorizar a las personas, no por lo que son, sino por lo que tienen. Si bien puede ocurrir que se nos llama a terminar con esta costumbre, la teoría es una cosa, y la práctica, otra muy diferente. Por eso, lo más aconsejable es tratar de escapar de los mensajes subliminales que a toda hora nos invaden, ya sea desde la televisión, la radio, las revistas o lo que fuera.

Semejante bombardeo de publicidad mediática, a la corta o a la larga, termina influyendo sobre la sociedad de consumo. Y si la feroz competencia la transmite un programa de alto rating, es muy probable que el mensaje sea absorbido por el espectador, que a su vez, lo traslade a cada momento de su vida.  ¿Cómo escapamos, entonces? El no consumirlos sería una solución adecuada. Y si no es posible eliminarlos por completo de nuestro diario vivir, al menos, sería un  buen paliativo estar atentos a los mensajes que irradian y a saber cómo actúan sobre nosotros.

Un sustento bíblico:

No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta. (Romanos 12:2).

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