PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Bariloche ya era un recuerdo, más agrio que dulce para Pablo. De vuelta en Buenos Aires, si le preguntaban cómo la había pasado en el viaje de egresados, con sus comentarios daba a entender que la experiencia había sido muy buena. Sin embargo, interiormente, sabía que estaba ocultando una parte importante de la realidad. Así y todo, trató de enfocarse nuevamente en las obligaciones escolares, viendo que la meta tan ansiada estaba cerca: apenas unos cuatro meses lo separaban del final del ciclo secundario. Claro, a esta palabra es necesario tomarla con pinzas, porque cuatro meses podría ser poco tomando como referencia un período de cinco años, pero dependiendo de las circunstancias, el “apenas” puede mutar a un sinónimo de que “aún resta un largo camino por delante”. Los sentimientos de Pablo se entremezclaban, pero sin dudas, estaban mucho más cerca de lo segundo que de lo primero.

El Francés –al igual que a principio de año- seguía sentándose a su lado, con el pasillo de por medio. Esta angosta separación favorecía sus agresiones. En cierto momento, tan fastidioso se había puesto, que Pablo intentó mejorar la mala convivencia con una decisión que le costó tomar, pero que consideró inevitable: invitarlo a pelear. En verdad, no tenía ganas de hacerlo. No le gustaba la contienda (la verbal ni la física) y era consciente de que casi no había chance de ganar, frente a un adversario más corpulento, pendienciero, y encima, habituado a los golpes por su condición de jugador de rugby. De todos modos, su objetivo no pasaba por vencer en una pelea, sino en poner en práctica un concepto que tuviera que ver con esto: “Si ve que termino con mi actitud sumisa y me animo a enfrentarlo, va a respetarme”.

Esta estrategia estaba ligada a lo que había sucedido en segundo año, cuando harto del bullying, Pablo se plantó ante un par de compañeros que lo hostigaban, logrando un resultado positivo, aunque efímero. Ahora, las cosas habían llegado otra vez a un punto de no retorno. El recurso de “dar lástima” ya había sido usado y era tan triste como poco recomendable. Por lo tanto, ante los atropellos del Francés, no quedaba otra alternativa que pararse de manos. O por lo menos, intentarlo.

Muchos años después, escribió: “Errores que generan distancia”.

Mucha gente confunde a Dios con los encargados de llevar la Palabra de Dios. Si éstos fallan, es posible que se generen dudas, descreimiento y obstáculos entre las personas y nuestro Creador. Más allá de los errores humanos que se cometen, también suele ocurrir que alguien con la responsabilidad de transmitir las enseñanzas bíblicas, demuestre problemas graves en su conducta. Cuando esto pasa, se perjudica a sí mismo y a quienes lo rodean. Pero el punto clave, es que por no predicar con el ejemplo, surgen grandes problemas para que el mensaje de amor y salvación no llegue contaminado… El Señor dijo que Su mensaje debía ser predicado en todo el mundo. Esto se está cumpliendo… Sin embargo, hay barreras que impiden que el hombre se acerque a Él. Una de las causas es justamente la recién señalada: el comportamiento indebido de quienes deben ser testigos de Dios, aparta a la gente de la fe.

Dios es incorruptible. Su bondad, Su justicia son perfectas. Lo triste es que frecuentemente Sus cualidades nos llegan distorsionadas por culpa de las personas que con su conducta hacen quedar a Dios como lo que no es. No nos dejemos influenciar por estos hechos. En vez de colocar demasiada atención en los intermediarios, vayamos directamente a las Escrituras, la fuente en la cual el Eterno dejó asentadas Sus sabias instrucciones.

Un sustento bíblico:

(Dijo Yeshúa –Jesús-): pero cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra. Hechos 1:18.

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