PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Muy pronto, las cosas volvieron a ser como antes. El Francés retomó su conducta agresiva y Pablo siguió cargando la pesada mochila del bullying que llevó en gran parte de una etapa que estaba muy cerca de finalizar. Sólo restaban algunos meses para que concluyera la escuela secundaria. De los cinco años, más de la mitad, habían sido muy sufridos para Pablo, que en un imaginario almanaque, iba tachando día tras día, semana tras semana. Quería terminar esa pesadilla y cada vez faltaba menos…
Pero aunque diciembre estaba a la vuelta de la esquina, a él lo invadía una sensación de lejanía que lo desalentaba al enfrentar cada jornada escolar. Y en el medio, en agosto, habría otro fuerte desafío: el viaje de egresados a Bariloche. En esas condiciones, a Pablo no le hacía ninguna gracia asistir. Sin embargo, nunca se le pasó seriamente por la mente renunciar a él. Sí, había que ir. No por placer, como la gran mayoría, sino casi como una obligación. El viaje ya estaba pago, ahora era tarde para bajarse ¿Qué diría su familia en caso de negativa? ¿Cómo reaccionarían sus compañeros? ¿Y las autoridades del colegio? Según el pensamiento de Pablo, una eventual renuncia sólo agravaría los problemas. En consecuencia, había que resignarse y elegir el mal menor. Total, ya era prácticamente lo último en este ciclo que ansiaba dejar atrás lo antes posible. Si había sufrido tanto, también podría soportar un breve período en el clásico destino turístico del sur argentino.

Muchos años más tarde, escribió: “Astillas y vigas”.

En un edificio, un vecino se colgaba del cable para poder ver los canales de televisión sin pagar. En otra casa de la misma ciudad, un hombre engañaba a su novia con otra mujer. En un comercio cercano, el propietario se quedaba con un dinero que le pertenecía a quien lo proveía de mercadería… Luego, estas mismas personas se quejaban enérgicamente de los políticos de su país, acusándolos de ladrones, corruptos, etc.
El que se queda con dinero ajeno (por más que esa plata sea una ínfima cantidad) está cometiendo un robo, y es tan ladrón como el que llegó a la política y se enriqueció a costa del pueblo gracias a un oscuro negociado.
El ciudadano casi anónimo que le mintió a su mujer y ella no lo notó, es tan tramposo como el personaje famoso que fue infiel y lo descubrieron por televisión.
No sería extraño que aquellos que despotrican contra los políticos de turno, dieran cualquier cosa con tal llegar a esos lugares y poder tener los mismos “privilegios” que tienen los diputados, senadores o ministros a los que apuntan con sus críticas. El político no es una raza aparte, sino el mismo pueblo, llegando a altas esferas de poder.
La gente suele ver la deshonestidad en los demás, pero no puede o no quiere reconocer cuando la protagoniza en carne propia. Esta inmoralidad está presente en cada uno de nosotros, tanto en los pequeños actos cotidianos como en las grandes manifestaciones públicas. Es la que ha ido transformando a esta tierra en un planeta problemático y violento. Esta deshonestidad es nada menos que el pecado del cual muchos se ríen y otros dicen no conocer. Pero nadie está libre de él. Por lo tanto, al partir de este mundo, tampoco nadie -por sus propios méritos-, estará en condiciones de entrar en la presencia de Dios, ya que la Justicia divina no admite que haya pecado en el Cielo.
A pesar de la penosa realidad del ser humano, en su inmenso amor Dios proveyó la solución para que sí consigamos entrar en Su Presencia tras la muerte física. La solución llegó de la mano de un Salvador, que en forma voluntaria aceptó ser tratado como al pecado mismo, y morir para expiar las transgresiones de la humanidad. Este camino hacia la Salvación, está disponible para los que reconozcan su triste condición, se arrepientan de corazón y acudan al encuentro de Yeshúa (Jesús), que aún sigue esperando con los brazos abiertos.

Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa –Jesús-): ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? Mateo 7:3.

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