PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

En cierto momento, Pablo ya no soportaba la tensa situación. El Francés lo hostigaba continuamente. Lo peor, es que se sentaba justo al lado. Eran varias horas, por lo tanto, las que compartían en el colegio. La certeza de que debía hacer algo para terminar con ese pegajoso bullying lo llevó a idear un plan que si bien lo haría caer en la humillación más baja, también podría ser eficaz. Pero lo primordial, en este caso, pasaba por terminar con su sufrimiento. Y para hacerlo, eligió un triste camino: dar lástima.

El plan consistía en lo siguiente: Pablo sabía que a determinada hora de la mañana, su compañero iba al baño del establecimiento para fumar un cigarrillo. En los días previos, pensó minuciosamente cada parte de la maniobra. Cuando llegó el momento, él también entró al baño portando una petaca a la que en su casa había llenado con vino. Cuando se encontró con el Francés, esperó que este lo mirara y empuñó el recipiente, realizando el acto de beber un trago. Lógicamente, su desconcertado compañero quiso saber qué estaba ocurriendo. Pablo le dio a entender que por razones familiares, había ingresado en una depresión que estaba conduciéndolo al alcoholismo.

El Francés le quitó la petaca y arrojó el líquido al mingitorio. Enseguida, le dijo que dejara todo eso de lado, ya que así sólo lograría hacerse más daño. El plan funcionó. Mediante un engaño, consiguió que aquel estado de agresividad  -una constante en su compañero-, fuera suplantado por un instante de contención y amistosos consejos. Claro que no a un costo barato, sino a tener que rebajarse para provocar lástima, y, encima, a través de una mentira. Pablo comprobó además que detrás del desagradable perfil de ese muchacho, disimulado por una dura caparazón, existía un ser bondadoso y dispuesto a aportar su solidaridad si era necesario.

Sin embargo, la “solución” tuvo carácter fugaz. Pronto, todo volvió a ser como antes.

Muchos años después, Pablo escribió: “Lo que nos falta y lo que tenemos”.

Está claro que es muy difícil, o directamente imposible, tener todo lo que uno quiere. Ni en el aspecto material, ni en temas como la salud, el afecto e incluso lo espiritual. A menudo, habrá algo que creemos que nos está faltando. Y también se da, que eso que nos falta, no deja que disfrutemos de lo que sí tenemos.

Recién cuando perdemos algo que sí era nuestro, empezamos a valorarlo. Si en casa se corta la luz, el agua o el gas, nos damos cuenta de los problemas que esto provoca. Pero mientras todo funciona bien, rara vez se nos ocurre pensar: “Qué bueno que puedo disfrutar de esto”.

Lo mismo sucede con muchísimas cosas. Por alguna razón, al ser humano lo domina una tendencia a vivir disconforme, poniendo el foco en el medio vaso vacío y no en el lleno. Una hermosa frase dice: “No tengo todo lo que quiero pero quiero todo lo que tengo”. ¿Qué tal si intentáramos aplicarla? Nos permitiría afrontar cada día con mayor alegría.

Y por sobre todas las cosas, debemos recordar que lo máximo a lo que podemos aspirar en nuestro paso por este mundo sí lo tenemos. Se llama Yeshúa (Jesús) y está junto a nosotros, esperando que nos acerquemos para tendernos Su socorro desinteresado. Un socorro siempre disponible, y fundamentado en el infinito amor de Dios, que llega junto con promesas de bendición y vida eterna para quienes no rechacen la obra salvadora que más de dos mil años atrás, se cumplió conforme a lo establecido en las Escrituras.

Un sustento bíblico:

Aun en la vejez, cuando ya peinen canas, yo seré el mismo, yo los sostendré. Yo los hice, y cuidaré de ustedes; los sostendré y los libraré. Isaías 46:4.

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