PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

Con la reanudación del ciclo lectivo regresaron los problemas de bullying para Pablo. Su tránsito por el tercer año de la escuela secundaria había sido relativamente tranquilo, pero en cuarto las cosas empeoraron. El primer día de clases, el compañero al que apodaban el Francés, se sentó detrás de él, y desde esa posición en el aula, le resultó muy sencillo convertir a Pablo en blanco de su molesta diversión. Es cierto que la relación entre ellos había cambiado con respecto a segundo año. El Francés ya no era aquel “enemigo” que buscaba a Pablo exclusivamente para fastidiarlo. Después de esos tortuosos episodios, existió un acercamiento entre ellos que no llegó a traducirse en amistad, aunque la mejoría era notoria. Sin embargo, cuando se presentaba la ocasión, el Francés no tenía reparos en ejercer un dominio psicológico sobre Pablo, quien por lo general, hubiera preferido estar solo antes de tener que compartir momentos con él, ya fuera, en clases, en el recreo o en cualquier otra circunstancia.

Claro que con el comienzo de cuarto año y la distribución de los lugares para sentarse, Pablo entendió que ya no podría escapar de la proximidad del muchacho al que ahora, tenía exactamente atrás. De manera tal que las embestidas verbales y físicas –sin llegar a la violencia, pero sí muy pesadas e irritantes- volvieron a ser un asunto cotidiano.

Muchos años después, escribió: “Empecemos en casa”.

El egoísmo es una de la causas por las cuales vivimos en un mundo caótico. La gente prioriza sus intereses en lugar de pensar primero en el bien común. El resultado llega en forma de guerras, desigualdad, desastres ecológicos ambientales y más problemas, muy complicados de solucionar. Esto ocurre en el mundo en general pero si empieza por un sitio en particular, es en nuestro propio corazón y en un contexto mucho más sencillo, como el de nuestro hogar.  La persona que se comporte de manera egoísta entre sus conocidos y seres queridos, cuando salga a la calle e interactúe con el resto de la sociedad, difícilmente tenga una actitud distinta. Al multiplicar el egoísmo de cada individuo por miles y millones, queda en evidencia el caos capaz de generar.

Uno de los sabios mandatos de Dios dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto equivale a tratar de poner en práctica el acto de hacer con quienes nos rodean, lo que quisiéramos que hagan con nosotros. Si no nos gustaría que nos ofendan, no ofendamos. Si nos gustaría que nos ayuden, ayudemos. En la teoría puede sonar simple, aunque el corazón del ser humano, con su tendencia a poner por encima sus propios intereses, lo transforma en complejo. De todos modos, nuestra obligación es ponerlo en práctica. O por lo menos intentarlo. Si nos cuesta, Dios siempre estará para perdonarnos y ayudarnos a mejorar. Pero nuestro Señor nos exige que seamos solidarios. Él desea nuestra felicidad y sabe que la forma de lograr el bienestar individual y colectivo es servir y no ser servido. Algo que podemos empezar a hacer hoy mismo y bajo el mismo techo en el que vivimos.

Un sustento bíblico:

(Dijo Yeshúa –Jesús-): Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas. Mateo 7:12.

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