PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

En esta nueva etapa, pudiendo caminar libremente por el aula y en el colegio en general, sin tener que esconderse de su molesto compañero, Pablo sintió que dejaba atrás la pesadilla… Para él, esto resultó una verdadera liberación, luego de la opresión que soportó durante más de un año. Sin embargo, el problema de fondo subsistía. Y él lo sabía. Unos meses atrás, un alumno  de otro curso con el cual tenía una buena relación, le había sugerido: “¿Por qué no te cambiás de colegio?”. Este chico podía ver el bullying que padecía. No obstante, Pablo le dio a entender, que esa no era la solución, ya que la dificultad más grande no estaba en el exterior, sino en su propia personalidad. Escapar de su entorno hubiera sido como barrer la basura debajo de la alfombra. En otra escuela, probablemente, se hubiese topado con otro “Francés” y su sufrimiento se repetiría, solo que bajo otros nombres y apellidos.

De todos modos, a pesar de ser conciente de este severo inconveniente, Pablo no hizo demasiado por modificar la situación. Si no podía o no quería cambiar –o la combinación entre ambos elementos-, si el problema era interno o extreno, a esa altura, para él era secundario. Lo que más anhelaba era estar tranquilo. Y gracias a la actitud más relajada del Francés, finalmente lo estaba logrando.

Muchos años después, escribió: “En comunicación permanente”.

Nuestro día atraviesa diferentes circunstancias. Tenemos momentos de alegría, preocupación, expectativa, frustración, tristeza, cansancio… Por la mañana una noticia nos puede poner de buen humor, pero quizás la rutina haga que ese estado se convierta en fastidio. A la noche podríamos recuperar la sonrisa aunque es posible que nos invada la ansiedad por lo que afrontaremos a la mañana siguiente. Los vaivenes emocionales son una constante en la vida del ser humano.

Nuestro Creador lo sabe y está dispuesto a acompañarnos en cada paso que demos. Nos invita, también, a confiar en Él. A hacerlo partícipe de los momentos buenos y malos que estemos atravesando. ¿Cómo lograrlo? Muy simple: contándoselos. Solicitándole ayuda para resolver un problema, pidiéndole perdón por algo, agradeciéndole lo positivo que nos pasó hace un rato o expresándole cómo estamos de ánimo… Así cómo lo hacemos con un buen amigo. Esto es lo que conocemos como oración. No hace falta que sea en voz alta, ni con elaborados discursos. Tampoco debe ser en un lugar determinado. Acostados en la cama, sentados en la silla, caminando por la calle. En la escuela, en el trabajo… No existen los límites para comunicarse con el Señor, que escucha y entiende cada pensamiento y cada palabra, por más sencilla que sea. 

Animémonos a poner en práctica la oración, el extraordinario recurso que se nos ha dado para permanecer unidos con Dios a través de la fe. Incluso si le confiamos dudas que tienen que ver con Él mismo, el Señor siempre estará listo para tendernos Su mano fiel.

Un sustento bíblico:

Oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Yeshúa (Jesús) El Mesías. 1 Tesalonicenses 5:17-18.

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