PORTEÑOS PSICOANALIZADOS

La semana había terminado de manera inmejorable para Pablo, que siguiendo un consejo de su padre, se plantó ante un par de chicos que quisieron acosarlo en el colegio. Gracias a su reacción, logró que éstos retrocedieran y lo dejaran tranquilo por el resto de aquel viernes. Sin embargo, a partir del lunes siguiente, con el inicio de la nueva semana de clases, no fue capaz de mantener su postura y todo volvió a ser como antes.

El día de su reacción, había faltado al colegio un compañero que era de los más agresivos para con Pablo. A este muchacho –aunque no con tanta frecuencia- solían llamarlo “el francés”, a raíz de una rebuscada deformación de su apellido. El “francés” no había sido testigo del incidente del viernes. ¿Qué hubiera hecho en caso de haber estado allí? Imposible saberlo. Pero lo concreto, es que como para él, nada había cambiado, prosiguió con su acostumbrado bullying mientras los demás también volvían a la carga. Pablo no se animó a poner en práctica una nueva actitud de resistencia. Un enorme esfuerzo le había costado enfrentarse a los otros chicos la semana anterior. De haberse hecho respetar también ante el “francés” como lo hizo esa mañana con los otros dos, quizás también habría logrado contener los atropellos, aunque lo real era que Pablo tenía muy baja la autoestima y esa poca confianza en sí mismo, lo frenaba a la hora de volver a rebelarse de cara a la compleja situación. Como resultado, se vio obligado a retomar su tortuoso tránsito por la escuela secundaria, casi sin mayores aspiraciones a pasar lo más inadvertido posible y que los días corriesen velozmente, para que el ciclo lectivo se terminara pronto.

Muchos años después, escribió: “Cábalas y amuletos”.

Llama la atención la cantidad de cosas que las personas hacen para que les vayan bien o para evitar problemas. Colocar cintas rojas, tocar una madera, cruzar los dedos, llevar amuletos. La lista podría seguir con no cruzarse con un gato negro, no pasar debajo de una escalera, levantarse con el pie derecho, ponerse determinadas ropa… De hacer la lista completa quizás llenaríamos páginas enteras con estas costumbres enquistadas en el día a día de las personas.

El ser humano está tan habituado a ellas, que las cábalas ya se ven como algo normal, tienen buena aceptación popular y se las señala como simpáticas o pintorescas. Esto revela la tendencia que tenemos a buscar ayuda más allá de lo que vemos y tocamos. La necesidad de creer en algo que escapa a nuestros sentidos es real. Pero es sorprendente como en lugar de recurrir al Señor, el auxilio intentamos hallarlo en una cinta roja o en un cruce de dedos. En Su Palabra, nos ha indicado que evitemos este tipo de prácticas y que si hay alguien al que debemos buscar es a Él, que como dueño y fundador del Universo, es capaz de darnos todo lo que le pedimos y más también. Y no solamente puede, sino que desea bendecirnos. Por eso, cada vez que apelamos a estas “soluciones mágicas” estamos entristeciéndolo, ofendiéndolo e incitándolo a que aplique sobre nosotros la disciplina.

No nos limitemos a confiar únicamente en nuestras fuerzas. Al ser imperfectos, fallamos a menudo. Pero cuando busquemos más lejos de lo que podamos hacer con nuestra capacidad acotada, en lugar de apoyarnos en la superstición, invoquemos al Eterno, que se complace en que en Él confiemos y en darnos lo que -mejor que nadie-, sabe que necesitamos. 

Un sustento bíblico:

Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: “No temas, yo te ayudaré”. Isaías 41:13.

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