BUENOS AIRES EN LA TELE

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HOY: EL DESQUITE

¿Qué mejor programa para un sábado a la noche que poner el canal Volver y recrearse con cine nacional de  al menos hace 20 años? Imágenes inverosímiles, argumentos trillados -algunos caducos, otros provistos de una asombrosa actualidad pese al paso del tiempo- rostros irreconocibles o llamativamente perdurables… Y las calles de Buenos Aires, observadas desde la perspectiva que otorga el irrefrenable avance del calendario.
En el caso de El Desquite, hay que situarse a principios de los Ochenta. Apenas arranca la película, surge el interés generado por una caminata de Rodolfo Ranni por el centro porteño. No se distingue con precisión el sitio, pero podría ser una avenida Córdoba, muy avanzada la noche, semivacía en día laborable. Dirigida por Juan Carlos Desanzo, su género es acción/policial/drama, como en tantas celebradas actuaciones del actor, que en esta época post-dictadura se hallaba en la cresta de la ola.

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¡Empieza la peli! Ranni camina por las calles porteñas. Atrás, un camión de Manliba

Ranni, marido de Silvia Montanari y padre de dos pequeños hijos, lleva una vida sin sobresaltos. Empleado de una editorial cuyo dueño es Max Berliner, se dedica a corregir libros. No hay grandes complicaciones… hasta que aparece un amigo de la infancia: Gerardo Sofovich, quien lo llama luego de mucho tiempo para que se encuentren en su ámbito laboral: un tugurio bailable de dudosa reputación. Allí también conoce a una chica que baila en forma provocativa. Usa short de jean, remera ajustada, pelo llovido…. y lo mira sugestivamente: es la joven pareja del Ruso.
Pero Juan Parini -Ranni- no se enterará del motivo del llamado hasta el día siguiente, cuando lo telefonean para comunicarle que a su amigo Emilio -el Ruso- lo acribillaron a balazos en una ruta. Iba junto a su novia pero ella sólo sufrió unos magullones pese al vuelco del imponente Torino en el que ambos viajaban.
La chica (Gabriela Giardino, probablemente una promisoria actriz del momento) le cuenta a Ranni la razón del llamado de Sofovich: “Conocía su final y lo eligió a usted para que se hiciera cargo de sus negocios”.
Ranni -o Parini- sospecha de la turbia procedencia del  dinero que ostentaba su amigo, pero no evita caer en la tentación -además, por supuesto, no tardará en enredarse en la sábanas con la joven viuda- y prácticamente de la noche a la mañana, deja su tranquilo oficio y se convierte en un temible pistolero, siendo su subordinado nada menos que un Ricardo Darín de impresionante cara de nene.

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Al tiempo que descuida a su esposa e hijos, Ranni se da cuenta que los asesinos de Sofovich estaban involucrados con el Ruso en el tráfico de drogas: “En el boliche se vende fruli (sic)”, le explica la chica. Pero como éste no comprende el término, ella levanta la voz: “¡Coca, droga!”. El diálogo, que más de 30 años después suena gracioso, en aquel contexto quizás haya estado enmarcado en una fuerte transgresión, lo mismo que las escenas subidas de tono -hoy serían casi ingenuas- del protagonista y Giardino (la película fue catalogada como prohibida para menores de 18).
Su esposa terminará dejándolo, pero en un previo intento por salvar la pareja, Juan la convence para ir al cine y nuevamente se aprecia una escena del Buenos Aires nocturno: una vereda (¿calle Corrientes?), una ventanilla y un empleado que le dice a Ranni que no vio a su mujer. Claro, harta de esperarlo en vano, ella ya se había marchado (aún faltaban más de veinte años para que la gente no saliera de casa sin el celular). La separación matrimonial, estaba sellada.  También se acercaba el desenlace.
Habrá, desde luego, persecuciones, palizas y tiroteos. Y las calles de Buenos Aires vuelven a darle un apreciado marco. Secundado por Julio De Grazia y traicionado por el infiel Darín, Ranni, a bordo de su veloz Fiat 125 azul, entabla lucha contra los del bando opuesto. Pero en su ambición descontrolada, descuida los pasos de su seres queridos y los maleantes aprovechan, cobrándose con la vida de su pequeño hijo.

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Enseguida, “el desquite”. A pesar de  su condición de novato en el terreno de la delincuencia y uso de  armas, se arregla para dar con Héctor Bidonde, el jefe de la banda, y liquidarlo -lo mismo que a sus dos guardaespaldas- en certeros movimientos. En el epílogo, desdichado y arrepentido por no haber logrado sucumbir a la tentación de la lujuria y el dinero fácil con el pretexto de cumplir el deseo de su amigo fallecido, regresa al encuentro de su esposa, que pese a todo, lo recibe en su brazos.

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