HISTORIAS MÍNIMAS… Y PORTEÑAS

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DECIR NO, ES BUENO…

Guadalupe metió las manos en el bolsillo y se preparó para caminar las diez cuadras que separaban a su casa del lugar en el que sería la fiesta de cumpleaños de Juana, una de sus mejores amigas. Hacía mucho frío en Buenos Aires. Pero a Guada –a quien acompañaba su mamá- no le importaba la baja temperatura. Muy contenta, imaginaba todo lo que disfrutaría en la casa de Juana, que acababa de cumplir doce años.

Ellas se conocían del colegio. Iban juntas desde el jardín de infantes, más precisamente, desde salita de tres. Lo mismo, sucedía con varias de las chicas con las cuales seguían siendo compañeras, y que también estarían en el cumple de Juana.

De pronto, a Guada se le oscureció el rostro con un gesto de preocupación. Su mamá lo notó enseguida y le preguntó qué le pasaba. Guadalupe no sabía si contarle. Al principio dudó, pero enseguida comprendió que su mamá deseaba ayudarla. “Nadie me va a poder aconsejar mejor que mamá y papá”, pensó. Entonces, mientras atravesaban el barrio de norte a sur, madre e hija empezaron a charlar: “Es que no quiero pelearme con mis amigas…”, susurró Guada. La mamá, sorprendida, siguió la conversación: “Pero si te llevás muy bien con ellas, ¿por qué tendrías que pelearte?”.

La nena hizo un breve silencio. Pensó bien las palabras que usaría, y dijo: “Es que cuando por ahí me piden que haga algo, yo les digo que sí. No siempre estoy con ganas, pero como tengo miedo de que se enojen conmigo, les termino dando el gusto”.

La mamá comenzó a entender, aunque todavía le faltaban datos para tener el tema más claro. Y tuvo una buena idea: pedirle a su hija que le diera un ejemplo. Luego de pensar un minuto, Guada recordó un hecho ocurrido un par de días atrás: “En el recreo me compré un paquete de galletitas. Varias chicas me pidieron que les compartiera. Agarraron, una, dos… Al final fueron tantas que casi no quedaron galletitas para mí”.

Ése fue un buen ejemplo, concluyó la mamá, entendiendo la preocupación de Guada. Y a medida que avanzaban hacia el cumple, intentó tranquilizarla: “Lo que a vos te preocupa es normal, tan normal es, que yo también lo pasé antes e incluso ahora, siendo adulta. Pero te voy a dar este consejo: aunque te cueste, de vez en cuando, tenés que responder con un no. No te digo que seas egoísta o que lo hagas cuando alguna de tus amigas esté con una necesidad, porque ayudar al prójimo es muy importante. Pero hay ocasiones en que por darle el gusto a otro, la que después sufre es una. Tenés que aprender a diferenciar las dos situaciones. Yo entiendo que te cuesta negarte, porque a mí misma me pasa. Pero no tengas miedo, nadie se va enojar. Y si se enojan, mala suerte. Ese enojo seguramente será pasajero y vos vas a quedarte con una satisfacción súper valiosa: que te hiciste respetar”.

Guada escuchó con atención; aceptó el consejo, y si bien persistían sus dudas, se mentalizó para tratar de cumplir con las recomendaciones de su mamá, que continuó explicando: “Muchas veces creés que van a ocurrir cosas feas solamente porque te las imaginás, pero después no pasa nada. No le tengas miedo a situaciones que están en tu pensamiento y que probablemente, nunca se trasladen a la realidad. Cuando tengas que decir que no, aunque te cueste, hacelo… Vas a ver que al final te sentirás mucho mejor y tus amigas, te seguirán queriendo igual”.

Ya faltaba poco. Reconfortada con la charla, la niña recobró su sonrisa habitual. El resto del camino lo hicieron en silencio. Por fin, llegaron. Guada tocó el timbre. La dueña de casa y dos chicas más, muy alegremente, se acercaron a abrirle la puerta. “¡Feliz cumple!”, la saludó a Juana. Antes de que su mamá se fuera, le dio un beso, un abrazo, y la despidió con un “gracias” que le salió de muy adentro del corazón.

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