HISTORIAS MÍNIMAS… Y PORTEÑAS

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MIGUEL Y ALBERTO

Miguel y Alberto se encontraban una o dos veces por semana en la plaza del barrio. Eran dos jubilados que disfrutaban de este período de su vida. No eran amigos, pero por su condición de vecinos, mantenían una cordial relación. Tenían charlas profundas, impregnadas por la experiencia que habían cosechado a lo largo de los años. Los dos, por diferentes razones, mucho habían sufrido durante ciertos pasajes de su historia personal. Ambos, también, estaban muy apegados a sus respectivas familias. La de Miguel era numerosa; la de Alberto, más bien escasa. Pero los dos estaban felices de poder compartir este tramo del camino junto a sus seres queridos.

A Miguel, los impactos de la vida lo habían hecho aferrarse a Dios; Alberto, en cambio, por golpes similares, se había alejado… De esas cosas se pusieron a charlar en una templada tarde de primavera.

“Yo observo a mi familia y no puedo hacer otra cosa que agradecerle a Dios…”, reflexionó Miguel, mientras observaban como dos perros jugueteaban, vigilados por sus dueños.

“También yo estoy agradecido por la familia que tengo, pero siempre me pregunto… con todo lo que pasa en el mundo, ¿adónde está Dios?”, contestó Alberto. Y fue apenas el comienzo. A partir del breve intercambio original, dio comienzo un pasional debate en el cual cada uno hizo valer su postura, aunque sin perder jamás el respeto mutuo.

“Eso de que al existir Dios, el ser humano estaría exento de sufrimiento, no está escrito en ninguna parte. Al contrario, Dios mismo, en la Biblia, nos dice que el hombre, en su paso por el mundo, sufriría…”

Al escuchar esta última frase, Alberto subió el tono de voz para replicar: “Mirá, me extraña de vos, que sos un tipo inteligente, la Biblia está escrita por hombres. ¿Qué me querés hacer creer?”.

Miguel no tenía ganas de entrar en ese terreno. Pero no podía eludir la apuesta que proponía su vecino. Es que a partir de estudios hechos tiempos atrás, había adquirido cierto conocimiento en el tema bíblico. Y sostuvo: “Entiendo lo que me estás diciendo así lo cree mucha gente. ¿Pero sabés una cosa? Si esa gente se dedicara a preguntar un poco, en lugar de descalificar sólo en base prejuicios, seguramente se sorprendería sobre lo que es la Biblia”.

Alberto tampoco quería ingresar a una contienda en la que alguien –o ambos- podría terminar lastimado. Por eso, nada más levantó las cejas y en voz más baja, como para no parecer descortés, deslizó: “A ver, ¿y sobre qué tendría que preguntar la gente?”.

Miguel recogió el guante: “Simplemente indagar para entender cómo la Biblia llegó desde los tiempos antiguos hasta la actualidad. Quiénes escribieron los distintos capítulos. Si tienen un mensaje en común. Si esas personas se conocían o no entre sí. Por qué se dice que están inspiradas en Dios. Cómo y cuándo se unieron todas las partes. Qué profecías tienen. Cuáles son las que se cumplieron. Cuáles son los hallazgos arquelógicos encontrados hace poco, que confirman lo narrado en las Escrituras. Mirá, yo no voy a tratar de convencerte ahora porque lo más factible es que no lo logre. Sólo te pido que si tenés ganas, preguntes. Siempre habrá alguien cercano para guiarte”.

Luego de escuchar estas sugerencias, Alberto nada más dijo: “Bueno, dale, por ahí un día de estos lo hago”. Miguel no sabía si su vecino dijo esto a modo de vía de escape, si estaba tratando de conformarlo, de seguirle la corriente, o si realmente el tema podía llegar a interesarle. Igualmente, no se preocupó en averiguarlo. Y agregó:

“Mirá Albertito, yo entiendo que la gente tiene mil problemas. Esa es una gran excusa para andar todo el día aturdido con la radio, la tele, los diarios. Ahí casi nadie te habla ni te explica nada de Dios. Además este mundo está repleto de cosas –llámese diversión, entretenimiento- que te van alejando, conciente o inconcientemente. Por eso, basándote en tu propia percepción, termina siendo normal decir que este libro lo escribieron los hombres, que no sabemos si Dios existe o no y punto. Mirá qué fácil. Yo respeto tu opinión, pero por el aprecio que nos tenemos, te aconsejo te tomes un ratito para averiguar sobre la Biblia, si es que no querés caer en los mismos prejuicios de mucha gente que por ahí habla sin estar al tanto. A lo mejor un día me das la razón”.

Alberto no dijo más nada. Miguel, una vez más, no supo como tomar el silencio de su vecino. Un par de minutos después, se levantaron del banco en el que estaban sentados, y predispuestos a tocar otros temas, se fueron conversando hacia el sector opuesto de la plaza.

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