ESTE ES MI BUFFET. HOY: EL TALAR

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En el buffet de un club se respira deporte y se percibe un clima de familia y amistad que difícilmente uno pueda hallar en otros bares y restoranes capitalinos. Desde esta sección, nos proponemos darle el lugar que se merecen.

La calle Nueva York está muy oscura a las ocho de la noche. A la altura del 2900, el movimiento que hay es escaso. De mano derecha, un supermercado chino, con gente conversando en la veredam es acaso el único punto de reunión de la cuadra. Pero no. Justo enfrente, varias ventanas en hilera, ligeramente iluminadas, permiten adivinar que alguna actividad se desarrolla allí dentro. Y al divisar que unos metros más allá, un portón y el letrero «El Talar» son parte de la misma locación, queda confirmado que es momento de ingresar a disfrutar de la calidez de su bar-restaurante.

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Efectivamente, al superar el primer acceso, a la izquierda, una puerta vidriada separa el hall del espacio gastronómico, un largo salón en cuyo interior se distribuyen una docena de mesas dispuestas en doble fila. Paralelamente, un mostrador. Detrás de él, se mueve como pez en el agua un hombre de unos cincuenta años llamado Mario. Por supuesto, se trata del concesionario del buffet, generoso en el diálogo y servicial en todo momento. No cuesta demasiado entablar una conversación muy fluida con él. Mientras nos prepara el cortado y a medida que en la TV avanza la maratónica programación de Los Simpsons por Telefé, Mario cuenta que hace ocho años está en El Talar, que vive en Caballito y que anteriormente trabajó en el Sunderland de Villa Urquiza. «Ahí yo era mozo», revela.

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El básquet femenino es la única actividad del club a esa altura del sábado. Por eso, se ve pasar desde la calle a varias chicas que se dirigen a la cancha que también se encuentra en la planta baja (el sector baby y futsal, está en el primer piso). Algunas, ingresan al buffet, compran caramelos y rápidamente regresan a la cancha. «Hoy no pasa nada, el sábado no es el mejor día. Los que son del club comen en otro lado», sostiene Mario, que, pese a todo, no se queja de que el trabajo escasea: «En general, laburar se labura. Ayer, por ejemplo, me mataron. Fue terrible la cantidad de gente».

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Esas no eran las únicas chicas en el recinto. Sentadas a una de las mesas, dos nenas de no más de 11 años se entretienen. Una, empuña su celular como si fuera la prolongación de una mano, aunque -extrañamente- ningún pokemon se observa en la pantalla del teléfono. Simultáneamente, contra la ventana, dos señoras toman café, ensimismadas en una charla y ajenas a lo que ocurre a su alrededor.

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En una cartulina blanca se dan a conocer los precios: 25 pesos el café; 30 el café con leche y 45 si es con dos medialunas. El pancho, 20 pesos. También hay menú del día, anunciado en una pizarra: matambrito de cerdo con guarnición, 110 pesos. Las empanadas, 15 pesos la unidad y 150 la docena. «Mañana va a haber mucha actividad -vaticina Mario-. Hay baby, está la liga BAFI; viene Lalo con toda la tira del femenino. Estar en un buffet es bastante esclavo, pero mientras haya laburo…»

Mario pertenece a la gran familia de El Talar. Una gran confianza lo une a su clientela. Eso queda de manifiesto, cuando un par de personas de mediana edad -¿papás de jugadoras?-, pasan del otro lado del mostrador y se sirven ellos mismos.

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En la decoración del buffet, llamativamente, no hay fotos de equipos ni camisetas enmarcadas. Pero sí una inmensa cantidad de trofeos. Inclusive, la bandera argentina de ceremonias junto a otra bandera negra y amarilla de El Talar, reposan en una vitrina, al lado del plasma.

Pagamos la consumición y nos despedimos del amable Mario. Nos retiramos, yendo en dirección contraria al considerable número de espectadores que sigue ingresando al club para ver el básquet. Salimos a la calle, donde reina la quietud y el silencio. A nuestras espaldas, en cambio, la jornada deportiva y social está en pleno auge.

 

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