Este es mi buffet. Hoy: Agronomía Central

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En el buffet de un club se respira deporte y se percibe un clima de familia y amistad que difícilmente uno pueda hallar en otros bares y restoranes capitalinos. Desde esta sección, nos proponemos darle el lugar que se merecen.

Es una tarde de domingo fría y gris. La claridad de las últimas horas del día, va perdiendo la batalla con las sombras del anochecer. Las calles de Parque Chas están vacías. Las hojas se acumulan en grandes proporciones sobre las veredas y por las calles adoquinadas, muy de vez en cuando, el motor de un auto o una moto, quiebra el silencio de un fin de semana que se escurre irremediablemente.

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Sobre Andonaegui no se nota movimiento alguno. Pero a mitad de cuadra, entre Chorroarín y Quirós, hay luces que denotan que allí adentro, algo hay… Un enorme letrero azul sobre fondo blanco, escrito con letra cursiva, indica: Agronomía Central. Un escudo con las siglas AC deja en evidencia que se trata de un club de barrio y dos amplios ventanales, invitan a asomar la mirada: se ve un luminoso buffet y algunas personas que parecen sentirse muy cómodas disfrutando de la típica tertulia dominguera. A la derecha, el portón se podrá atravesar sin dificultades y una vez adentro, sentarse en una mesa y pedir un cortado en jarrito, será inevitable.

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En los dos plasmas ubicados en las esquinas opuestas del recinto, hay imágenes de un partido de fútbol. ¿Qué otra cosa podría haber un domingo, en la tele de un club de barrio? Es un partido de Boca. Pero lo mismo da… Los tres muchachos que -sentados a una mesa que limita con la cancha de baby- cerveza y picada mediante debaten asuntos futbolísticos, también son un clásico. La escena pertenece a Agronomía Central, pero perfectamente podría trasladarse a cualquier club, a cualquier barrio. «A Walter Bou Boca lo dejó libre cuando estaba en la cuarta división y ahora lo trae de vuelta comprando el cincuenta por ciento del pase. Es insólito…», se indigna uno de los parroquianos. A menudo es gente que -sin ser periodistas, dirigentes ni nada- tiene muy buena información de lo que pasa en la «cocina» del fútbol.

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Las paredes están revestidas con camisetas enmarcadas de diversos equipos. Hay una del Once Caldas que perteneció a Walter Fabbro; una de Argentinos Júniors de Nicolás Batista; otra de Cristian Abregú, de Estudiantes de Caseros; otra de Nueva Chicago, de Pablo Ruiz… También hay internacionales, como la que usó Patricio Toranzo en un club japonés, o la de Julio Ricardo «Riki» Pereyra en el Estudiantes de Mérida. Hay una reliquia de notable valor histórico: el buzo racinguista de Ubaldo Fillol. Pero sin dudas, el objeto afectivo de mayor valor en ese salón no es una casaca sino un pantalón. Y no de fútbol, sino de boxeo. Es el pantalón de Oscar «Cacho» Laudonio. Sí, el mismo personaje que agita la bandera cuando Boca ingresa a la cancha en La Bombonera, es habitué del club y junto con su pantalón de boxeador amateur, obsequió una dedicatoria que reposa dentro del mismo cuadro.»Cacho viene siempre», explica uno de los muchachos, con total naturalidad.

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Llega el café, traído por Carlos, el buffetero, que enseguida se prende en la charla. El tema que surge, casi obligadamente, es el que preocupa en tantas instituciones como Agrono: «Aumentó todo pero yo los precios no los puedo tocar. El café lo estoy cobrando 25 pesos, como antes. La gente no se bancaría soportar más aumentos, no te queda otra que absorberlo vos y confiar en que las cosas vayan mejorando».

La cancha principal está a oscuras. A esa hora, no hay otra actividad en el club que la que transcurre en el buffet. En eso, ingresa un grupito de chicas de unos veinte años. «¡Qué partido que ganamos hoy!», les dicen alegremente a los tres muchachos. Se refieren a un partido de futsal femenino de la Liga Bafi. Un par de minutos después, se van así cómo vinieron.

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Los tres parroquianos quedan nuevamente como dueños exclusivos del salón. Al entablar conversación y decirles que somos de BACN, uno de ellos pretende destacar las condiciones futbolísticas de su par. Y un tercero, añade valiosa información: «Este es el goleador histórico del baby». A pesar de que ya peinan canas, de esos grandes acontecimientos transcurridos en la infancia, no se olvidan.

Posamos la mirada en la cartelera de precios: una pizza grande de muzzarella más una gaseosa de litro y medio, 115 pesos. Hamburguesa, 50. Sandwich de milanesa, 60. De salame y queso, 45. En el pizarrón de afuera, correspondiente a los platos del día, se lee: capelletini con filetto, 65. Pollo al horno con papas, 65. Matambre al roquefort con ensalada mixta, 95.

Platos elaborados y precios accesibles. Carlos afirma que más allá de los lógicos problemas de todo local gastronómico, la cosa anda bastante bien con relación a la clientela. «Al mediodía viene bastante gente. Con excepción del restaurante del club SABER, que está a unas cuadras (sobre Llerena), somos el único boliche de este estilo. A muchos les gusta comer en ambientes así…»

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Pagamos. Amablemente nos despide y nos vamos. Otro cartel, cerca de la puerta, llama la atención: «Acompañá el crecimiento de tu pasión. Hacete socio. Cuota social 2016: menores 30 pesos, mayores 40 pesos». Pisamos la vereda y todo vuelve a ser como antes. Frío, gris y encima, la noche ya ganó la partida.

Gracias, Agronomía Central. Ha sido un verdadero placer.

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