DEPORTE PORTEÑO

CPD

ANÉCDOTAS EN LA ESCUELA DEL CÍRCULO DE PERIODISTAS DEPORTIVOS.

Una aventura en la Isla Maciel.

Un compañero de clase, a pesar de sus jóvenes 18 años, ya se había insertado en el mercado laboral. Mientras todavía nadie de los aproximadamente cuarenta alumnos trabajaba todavía en el periodismo -de esto estoy casi seguro- Esteban Bekerman colaboraba en la revista Sólo Fútbol desde que tenía 16 años. Confeso hincha de Vélez, se sentó a mi lado en el examen de ingreso. Tanto él como yo, pasamos exitosamente la prueba, consiguiendo el objetivo de entrar a la Escuela.

Su labor en el desaparecido semanario -de gran prestigio a fines de la década del Ochenta- consistía en ir a cubrir partidos, sobre todo del ascenso. En agosto de 1990, en la semana previa a un San Telmo-Excursionistas llegó con la noticia de que en la revista lo habían designado para realizar la cobertura de ese encuentro del torneo de Primera C. Al tanto de mi simpatía por el club del Bajo Belgrano, tuvo la amabilidad de invitarme a ir a la cancha con él. Le respondí que sí. A esa edad, todavía eran muy pocas las veces que había acompañado al equipo en condición de visitante y como Excursio había armado un plantel muy competitivo, con intenciones de subir de categoría, me entusiasmó la propuesta de seguirlo hasta la Isla Maciel, a una cancha con fama de “complicada”,  por la villa de emergencia que había junto a ella.

Esteban, sin embargo, ya tenía experiencia. Había ido al estadio de San Telmo anteriormente, y decía saber cómo evitar los lugares de máximo riesgo. Llegado el día del partido, nos encontramos para viajar en colectivo hasta La Boca. Luego, cruzamos el Riachuelo en un bote. Este era un medio de transporte muy habitual, para pasar de Capital a Provincia, y viceversa. El trayecto duró unos minutos, y lo compartimos con varios pasajeros que cruzaban el putrefacto curso de agua, al mando de un botero que iba y venía de una orilla a la otra. Este camino que a priori parecía muy peligroso, en realidad no lo era tanto, dado que tras desembarcar, debíamos caminar hasta la cancha por el barrio y no por la villa, por donde hubiéramos tenido que pasar si en cambio, elegíamos ir a la Isla en colectivo y descender después de atravesar el Puente Avellaneda.

Dentro del estadio, disfruté del espectáculo. Sentado cómodamente en la platea, tenía enfrente, en la tribuna lateral, a la hinchada de Excursionistas, y a mi derecha, en la cabecera, a la de San Telmo. El partido terminó 1 a 1. Me alegré con la apertura del marcador a cargo de Ricardo “Perico” Pérez, y me entristecí con el empate de Leites. Pero nunca perdí de vista la emoción de estar viviendo una jornada inédita para mis 18 años, la cual cobró mayor intensidad cuando al final del match tuve la chance de ir a la zona de vestuarios y ver “en vivo” a los jugadores que hasta ese momentos solía divisar solo desde la tribuna.

A la vuelta, pero a la inversa, hicimos similar trayecto: caminata, bote y colectivo. Esteban vino a mi casa a hablar por teléfono. ¿Con quién? A la redacción, para pasar la síntesis y el comentario del partido. Todavía no había celular ni Internet. Por eso, las únicas alternativas que se manejaban para que esa información llegara, eran la del llamado telefónico o la de ir personalmente a la revista, que estaba en el barrio de Caballito. Yo no lo sabía, pero menos de un año más tarde, empecé a colaborar en el mismo medio. Y a partir de aquella linda aventura en la Isla Maciel, fui familiarizarme con el modus operandi de la Sólo Fútbol.

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