
Un antiguo cliente de un restaurante ubicado en un barrio del norte de la Capital Federal, conversaba con el propietario del local. El tema central, giraba en torno a la gran cantidad de edificios que se estaban construyendo en la zona. Sin ir más lejos, en las inmediaciones del reducto gastronómico había dos torres en pleno crecimiento. Y otra más, había sido estrenada en el período post-pandemia. En una charla anterior, el dueño del restaurante confesó que si bien eran innegables los problemas acaecidos por estar tan cerca de la construcción, en el mediano y largo plazo, el hecho de que más gente residiera en proximidades de su restaurante, podría convenirle en lo que a lo comercial se refería. Por otra parte, el emprendedor gastronómico también estaba muy bien informado en relación al rubro de la construcción, lo que contribuyó a evacuar las inquietudes de su cliente.
Ante lo avanzado de la edificación la conversación volvió a dispararse cuando éste le preguntó a su interlouctor, qué pensaba él de este fenómeno que abarca prácticamente toda la Ciudad de Buenos Aires. El diálogo se dio más o menos de esta manera:
-¿Te parece que con tanto que se está construyendo, esos departamentos se ocupan?
-Seguramente todos no, pero habrá muchos que sí… Hay algunos edificios nuevos donde se vende la mitad e lo que está en oferta. En otros es un poco menos, y en otros un poco más.
-¿Pero si no existe una demanda de vivienda tan grande en Buenos Aires, por qué se da este fenómeno?
-Es que el hecho de construir sigue siendo una buena inversión. El ladrillo siempre fue un refugio para los que buscan un lugar en el cual poner la plata.
-El tema es que la edificación es exagerada.
-Sí, aunque ya no es tan fuerte como hace un tiempo. Con la estampida del dólar los materiales aumentan constantemente y a los empresarios les está costando más terminar los departamentos. Mirá, el de allá enfrente hace como un año y medio que lo están haciendo. Y le falta un montón todavía. El del otro lado ya arrancó, pero creo que para menos de un año no tiene hasta que esté listo.
-Aquel, el que está a la vuelta, lo levantaron rapidísimo.
-Sí, pero no te olvides que ese lo hicieron antes, cuando el momento del país era distinto.
-De todos modos, ¿quién puede comprar un departamento a estrenar hoy en día?
-Y bueno, eso es cierto. El que invierte en esto tiene que tener un sobrante. Y un monto bastante importante, no dos pesos con cincuenta.
-Para un laburante común es casi imposible.
-Seguro. Quizás no haga falta ser millonario, pero un sobrante tenés que tener. Igual hoy en día, para una persona que quiere comprar no es tan fácil. El precio de las cuotas aumentó mucho, y encima subió en dólares. De acuerdo a mi criterio, para el que quiere pagar menos, lo mejor es meterse desde el pozo, o sea, cuando al edificio todavía no empezaron a levantarlo.
-¿En cuánto puede andar el valor de una cuota promedio?
-Mirá, no sé si hay de menos de un millón de pesos. Por eso, te digo, no tenés que ser millonario pero esto tampoco está al alcance de cualquier laburante.
La charla finalizó y cada uno continuó con sus tareas. No pasó mucho tiempo para que el vecino, caminando por una tranquila calle de su barrio, identificara otra propiedad recientemente demolida, con un cartel en el frente anunciando nuevos trabajos. En el terreno, ahora vacío, existió una vivienda de una planta. El cartel blanco y amarillo, escrito con tipografía negra, decía: “Obra con permiso otorgado por el GCABA”. En letra más chica, entre otras cosas, se podía leer: Demolición total, la dirección del inmueble y un número de expediente. También, había un código QR que habilitaba a conseguir más información de la obra.