BAIRES EN CICLOVÍA

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Por Vito Paredes.

Uno de nuestros columnistas fue a trabajar en bicicleta. Aquí cuenta su singular experiencia.

“Hoy no me tomo el subte”, decidí esa mañana. Rápidamente llegué a la conclusión de que le haría caso a los cráneos que desde el gobierno porteño, promueven  el uso de las ciclovías. En los últimos años se hicieron no sé cuántos kilómetros, había leído un par de días atrás. Y debe ser cierto. Uno las ve por todos lados.
Para los que usan la bici, bárbaro. Pero a los automovilistas, colectiveros, tacheros, les nombrás el tema y les agarra un ataque de stress, porque les sacaron más espacio a calles que ya de por sí estaban colapsadas.
Tenía que hacer un largo trayecto. Ida y vuelta. Menos mal que no es verano. Transpiración y bici no se disocian en época estival. Y si uno tiene que ir al laburo…
Pero en invierno es otra cosa. La podés pilotear. Debajo del buzo y la campera, si estás un poco mojado no pasa nada. El cuerpo se te va secando y listo. Lo que sí, hay que tener cuidado de no tomar frío cuando terminás de pedalear. Los efectos de transpirar y enfriarte, son muy nocivos. Al día siguiente, es probable que estés en cama…

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A la ida fui sin problemas. Agarré mi playera y le metí 45 minutos desde la zona norte capitalina hasta el centro. Con auriculares puestos, escuchando la radio, es más llevadero. Ahora parece que no sé qué diputado o legislador presentó un proyecto para prohibirlo mientras andás, lo mismo que el uso el celular. En esto estoy de acuerdo, es peligroso. Uno dice que no va a mirar el whatsapp pero cuando suena, es difícil no tentarte y sacar el teléfono del bolsillo aunque estés arriba de la bici. Con una multa, por ahí la cosa cambia. Somos hijos del rigor. Pero lo de los auriculares es distinto. Es muy aburrido…
A la vuelta del laburo la cosa se complicó. Ya no estaba tan feliz de tener que pedalear otros 45 minutos hasta casa. No sé si no hubiera preferido tomarme el subte, a pesar de que a esa hora te tenés que meter a los empujones en el vagón.
Igual, no tardé en sentirme un privilegiado. Por la ciclovía mano única (una rareza) de Perón iba yo solito. Miraba a mi derecha y tenía una fila interminable de autos. Estaban casi detenidos. Y yo avanzaba como por un tubo junto a ellos. Qué bronca que debían tener, varados en ese embotellamiento. Divisé otra bicisenda, la de Uriburu, y giré a la derecha. Y enseguida, volví a doblar a la izquierda por la de Tucumán.
Pero no sería todo tan fácil. Unas cuadras más adelante, pasando Pueyrredón, la ciclovía se acabó. El atascamiento de autos estaba en su máxima ebullición, porque además -esto lo supe después-, una de las paralelas a Pueyrredón estaba interrumpida por obras. Finalmente encaré por esta calle (era Boulogne Sur Mer) hasta que me detuvo el corte. Mientras los conductores malhumorados no sabían qué hacer para escapar del embudo yo eché mano a una gran ventaja de los ciclistas: mandarte por la vereda.
Unos metros más adelante, bajé nuevamente a la calzada y todo era una absoluta calma… hasta que toqué la avenida Córdoba. Ahí, es necesario redoblar los esfuerzos para mantener la concentración porque el tránsito es caótico y no existe bicisenda. Lo recomendable es circular por el carril de la izquierda, estando muy atento a los coches que doblan y te quiren madrugar y a las motos que en su afán de ganar tiempo se meten a lo loco por ese mismo carril.

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Inmerso en ese estado de preocupación, me zambullí en la primera ciclovía que encontré: la de Billingurst. Giré a la derecha y dos cuadras más allá, nuevamente a la izquierda por la de Gorriti.
Si bien la tranquilidad de circular por un camino habilitado para bicis es mayor, el hecho de ir a contramano de los autos es todo un tema. Sobre todo, cuando llegás a un cruce y los conductores que vienen por la calle que corta, sólo miran a su derecha al cruzar, ignorando la existencia de un camino para bicicletas, y que alguna de ellas podría estar pasando en sentido contrario. Acá, el ciclista debe tomar grandes recaudos, si no desea ser llevado puesto por algún conductor desprevenido.
Otra de las dificultades que hay que sortear son los pozos. El mal estado de estos senderos es bastante usual. Por eso, a veces uno prefiere correrse de la línea amarilla e ir junto al tránsito común. En el caso de Gorriti  -que es mano hacia el centro- ésto sólo es factible si vas para el lado contrario al que iba yo. O sea que no me quedaba alternativa que esquivar los pozos y/o bajar la velocidad para que el impacto fuera más leve en caso de no llegar a eludirlos.
Otra problema son los “colegas” que vienen de la mano contraria. Como el sendero es tan angosto y los obstáculos tan comunes (los mencionados pozos, autos que asoman la trompa desde un garage, un camión de reparto mal ubicado, etc), a veces falta espacio para que pasemos los dos sin tocarnos. Entonces, se debe prestar mucha atención y decidir en milésimas de segundo, si sos vos el que para y le cede el paso al otro ciclista, o es él quien tiene la amabilidad de dejarte seguir.
En Palermo la cantidad de gente que se moviliza por las ciclovías es cada vez mayor. En hora pico, casi casi como que se forma un larga fila. Con amplia mayoría de veinteañeros/treintañeros, es evidente que muchos van y vienen del trabajo. Lo noté en la ropa: hombres vestidos de saco y pantalón; y mujeres que hasta podrían ir a bailar de lo empilchadas que están.
En Palermo Soho, Hollywood, Palermo Queens o como se llamen esos barrios ahora, hay que intensificar las precauciones porque los peatones se multiplican y cruzan la calle por cualquier lado.
A la media hora de pedalear ya no daba más. A todas éstas circunstancias hay que sumarle la más dura de combatir: el cansancio. Que el suelo no sea plano contribuye para aumentarlo. Está buenísimo si en un momento agarrás una bajada. Lo malo es que seguramente, muy pronto vendrá una subida que la compense. Cuando el camino se presenta cuesta arriba y manejás la bici de parado para hacer menos fuerza con las piernas, no caben dudas de que estás agotado.
Por suerte, ya me faltaba muy poco para completar el trayecto. Para dirigirme hacia mi casa, tuve que dejar la ciclovía y tomar por un camino que no la tiene. Antes, me puse a pensar en los señalizadores que cumplen la misión de que los vehículos a motor no se entrometan en terreno prohibido. Unos cuantos, a lo largo de mi recorrido, estaban acostados. O sea, los coches los habían pasado por arriba. ¿Cuánto costará reponer uno de estos palitos amarillos?
Basta de preguntas y de pedales. Por fin llegué a casa. Colgué la bici de la ganchera del edificio, abrí la puerta y me tiré en la alfombra a descansar.

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