BAIRES EN Bondi

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Por Vito Paredes

“Buenas tardes, 6,50…” le pedí al chofer. Apoyé la SUBE en la lectora y un segundo después, automáticamente me ubiqué en el medio del colectivo.
Procuré recordar, entonces, la forma de abonar el pasaje en mi infancia. Mi memoria retrocedió hasta los Ochenta y Noventa. Me vi subiendo al vehículo, y al igual que ahora, informándole al conductor el valor de mi viaje. La diferencia es que hasta hace unos veinte años, en lugar de apretar un botón y que se accionara la máquina del SUBE, el chofer cortaba con su mano derecha un boleto de papel multicolor con cinco numeritos, recibía los billetes y/o monedas, con un golpe de vista contaba, guardaba la plata, daba el vuelto si era preciso y al mismo tiempo…. ¡manejaba!
Esto que en la actualidad da la impresión de ser una imagen sacada de la ficción, sucedía en Buenos Aires -y en todo el país- desde la creación del colectivo.
La habilidad de los choferes para realizar todo eso en centésimas de segundo, era digna de admiración, aunque en aquellos momentos no reparáramos en tal destreza. Tampoco, en el exceso de responsabilidad que tenían ni del riesgo que implicaba sobrecarcarlos con tamañas tareas.
En muy pocas ocasiones, recuerdo, estos talentosos  empleados del transporte tenían la suerte de que algún amigo, colega o familiar colaborara con ellos dándole el boleto a los pasajeros. Era usual, por ejemplo, que un hijo en edad escolar, con orgullo se hiciera cargo de las cobranzas, siempre bajo la atenta supervisión del papá.
De aquella generación de conductores, seguramente, casi ya no queda nadie a bordo de un colectivo.

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MONEDAS O NADA
A este arcaico sistema se lo dio de baja a mediados de los Noventa. Pero la causa principal para eliminarlo no fue el peligro de accidentes que esto significaba, sino el ataque de los ladrones, que constantemente subían a robar las sumas en efectivo acumuladas durante los recorridos.
El primer cambio que se introdujo, fue poner una máquina tragamonedas como sustituto del viejo modus operandi. Esto alivianó la presión del chofer e hizo que disminuyeran los robos, aunque complicó a los pasajeros, que se veían imposibilitados de pagar con billetes como había sido toda la vida.

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Una boletera (abajo) y un monedero de colectivero, dos objetos que en 2017 parecen salidos de una leyenda milenaria, pero que hasta principio de la década del Noventa eran cosa de todos los días.

Era usual, al principio, ser testigo de las discusiones entre pasajeros que argumentaban no conseguir monedas y choferes, que se negaban a dejarlos viajar y hasta eran capaces de detener el rodado si el que no tenía monedas se encaprichaba con no descender.
La solución, de vez en cuando, llegaba de la mano de algún bondadoso que le ofrecía cambio en monedas al pasajero necesitado. A veces, era el propio chofer el que accedía a facilitar las monedas. De actos de buena voluntad como éstos me tocó ser protagonista, así como también de casos en que el conductor pronunciara el muy anhelado “pasá…”, ante la mención de la falta de monedas.
Eventualmente, acciones como estas continúan sucediendo hoy en día, frente a la ausencia de tarjeta SUBE o de saldo suficiente en ella. Tanto un préstamo de otra persona como la buena onda del conductor para dejar pasar al viajante urgido, afortunadamente, son costumbres que no cesaron pese al transcurso de los años.

CHAU TRAGAMONEDAS
Superada la mitad de la década pasada, el sistema colapsó. Las monedas comenzaron a escasear a niveles alarmantes y viajar en bondi era cada vez más complejo. Por ende, las avivadas de los empresarios del transporte no se hiceron esperar: en las terminales “canjeaban” monedas por billetes, pero a este servicio supuestamente gratuito, le otorgaban un costo en dinero. La viveza criolla en su más cruda y vergonzoza dimensión…

boletero_colectivo
Allá por 2008, gran parte de la sociedad sufría por algo que hoy sonaría increíble: la falta de monedas. Eran épocas donde la inflación aún no había diluido su valor y hasta las de 5 centavos, eran útiles para pagar un trayecto en colectivo. El Gobierno nacional tomó cartas en el asunto anunciando la abolición de las tragamonedas y su reemplazo por un novedoso método de pago electrónico. Pero los dueños de las empresas tardaron más de tres años en implementarlos. Es que con la SUBE, dejaban de tener el manejo de la venta, ya que las tarjetas se cargaban afuera de las unidades y el pago iba a una cuenta del Banco Nación, que actuaba como intermediario. En consecuencia, el Gobierno pasaba a ejercer un control que anteriormente no existía. Un control imprescindible, pues las compañías de transporte estaban siendo fuertemente subsidiadas desde 2002. Obviamente, a los empresarios la SUBE no les convenía el proyecto, y lo dilataron hasta que pudieron. Finalmente, y sólo por un ultimátum del Gobierno, cedieron. Recién en 2012 la modalidad vigente adquirió carácter obligatorio.
Primero fue la venta manual, después las tragamonedas, ahora la SUBE… Mi reseña histórica mental podía haber continuado, con anécdotas, fechas y más evocaciones, pero se detuvo cuando tomé conciencia de que tenía que descender. Toqué el timbre, puse un pie en el pavimento e internándome en la selva de cemento, supe que debía dejar los recuerdos para otro día.

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