
El replanteo que me formulé estaba sustentado por una base: la idea de no cometer más infracciones, escudado en el presunto vacío legal del que “gozamos” los ciclistas. Un día salí decidido a poner en práctica mi intento por modificar las erróneas costumbres de las que había hecho uso durante tantos años.
¿Por dónde arranqué? Por tratar de respetar tres aspectos puntuales:
-No pasar semáforos en rojo.
-No andar por la vereda.
-No circular a contramano.
En las semanas previas a tomar esta determinación, creo que me había empezado a llamar la atención la cantidad de ciclistas que no respetaban estas normas. Los veía y no me gustaba. ¡Pero yo hacía lo mismo! No era sencillo despojarse de ese beneficio que implicaba poder violar las reglas impunemente, con la finalidad, por ejemplo, de ahorrarse unos minutos de viaje. Sin embargo, una vez que la decisión estuvo tomada, procuré cumplir con mi propósito a rajatabla.
Si debí confrontar con alguien a la hora de pasar de la teoría a la práctica, fue conmigo mismo. La tentación de superar un semáforo rojo era fuerte, sobre todo cuando ningún vehículo transitaba por la calle transversal. Hubo momentos en los que me pregunté: ¿Por qué hago esto? ¿Por qué no cruzo? ¿Quién me lo impide? Me sucedió, especialmente, estando detenido frente al semáforo, mientras esperaba que se ponga la luz verde, y sin peatones ni conductores que siquiera se aproximaran al cruce. Así y todo, permanecí en mi sitio, tal vez abusando de una única contravención: ubicarme sobre la senda peatonal o incluso un poco más allá de ella.
La vieja metodología de andar por la vereda tenía un propósito concreto: sortear el empedrado de algunas arterias y/o eludir una calzada sobrecargada de tránsito. Con respecto al hecho de ir eventualmente a contramano, el objetivo era el de cortar camino, evitando tener que dar rodeos innecesarios para llegar a destino.
Todo cambio implica una pérdida. En este caso, era la comodidad de desechar las ventajas gratuitas que ofrecía el sistema. Pero si últimamente me causaba una desagradable impresión observar a los ciclistas cometer tantas infracciones impunemente y yo también lo hacía, ¿por qué no modificar mi actitud? Yendo un poco más lejos, lo que podría imponerse ante estas circunstancias, es la clásica pregunta de connotaciones filosóficas: si querés cambiar el mundo ¿Por qué no empezás por vos mismo?
Tuve que olvidarme de antiguos “beneficios”, salir un rato antes para no llegar tarde a las citas, sostener duras luchas interiores…. Todo eso es cierto. Tan cierto como que mi conciencia me lo agradece todos los días.